Llego a Paracas antes de las once de la mañana y, apenas andados cien metros desde el paradero del autobús, Fredy me ofrece un tour por la Reserva por cincuenta soles. No tengo tiempo para andar averiguando mucho, vengo en visita rápida de un día, y le digo que sí. Estará conmigo hasta pasadas las cuatro de la tarde, tras dejarme en un hotel cómodo (es decir, barato) que él mismo me recomienda. Ya digo que no dispongo de mucho tiempo para pensar.
La Reserva Nacional de Paracas es un parque marítimo y terrestre de más de trescientas mil hectáreas. Dentro de sus límites se concentran los dos ecosistemas más dispares que uno puede imaginar: el desierto del sur de Perú, y concretamente éste de la zona de Ica, reputado como, quizá, el más seco del mundo, y las aguas traídas por al corriente fría de Humboldt, uno de los ecosistemas marinos más productivos y biológicamente diversos del planeta. El desierto de Paracas es una inmensa extensión de arena y roca de perfiles suaves, lomas y cerros que se pierden en la lejanía hasta más allá del horizonte. Es magnífico, como todos los desiertos que hasta ahora he tenido la fortuna de visitar. Pero lo que más llama la atención es la ausencia absoluta de vegetación, al menos en la franja de varios kilómetros de anchura más cercana a la costa; y cuando digo absoluta, lo digo en su sentido exacto y preciso: nunca vi una superficie de origen natural tan desprovista de plantas; teniendo en cuenta el colorido amarillento de la arena y el rojo de los fragmentos de roca que la salpican, casi pareciera que estuviera uno visitando el mismísimo Marte que hemos visto en las fotos de la Nasa en la tele; diría más, de todos los tipos de vegetación que he visto en el Perú, es éste el que coincide con más exactitud con lo que suelo explicar en clase de Geobotánica... (je, je, nada más fácil que describir la vegetación que no existe: ¡hasta podría enumerar todas, toditas, las especies!). Y qué decir de este mar más que no hay mar sino el océano ni océano sino el Pacífico. En serio: el espectáculo de playas infinitas enmarcadas por acantilados espectaculares de arenisca amarillenta, el gran Pacífico batiendo sus olas como siempre (insisto, quién le pondría ese nombre tan falso), todo presenciado por aves multitudinarias de variadísimas especies (nunca vi tantas aves marinas distintas juntas), picoteando entre los restos de algas arrojados por el oleaje, zambulléndose entre la espuma para salir con una anchoveta en el pico, sobrevolando a pocos metros por encima de tu cabeza, este conjunto armonioso de elementos, digo, es de una belleza sublime. Por si fuera poco, la sensación de paz es perfecta, paseando en solitario o con Fredy, con el susuro del oleaje batiente y el zumbido permanente del viento, sin más compañía que algunos pescadores, tal vez uno cada medio kilómetro en las playas en las que están presentes (que no son todas), lo cuáles usan un simple aparejo de sedal y anzuelo para capturar el lenguado en las playas ("revolcadores" me dice Fredy que se llaman a los que pescan con esa técnica). Es invierno y las playas son inmensas extensiones sin gente, pero en verano me dice mi acompañante que media Lima viene por acá, a bañarse, incluso a acampar en plena playa (¿no era esto una reserva natural?), y la sensación debe de ser bastante distinta. Me considero afortunado por tanto.
He visitado también el museo en el que se guardan algunos de los restos arqueológicos encontrados en la península de Paracas, en los yacimientos de Cerro Colorado y alrededores, así llamado por la pátina de las piedrecitas del desierto en esa zona concreta. Ya he tenido contacto con esta cultura extrañísima de Paracas en Lima y en otros museos arqueológicos, pero siempre impresionan sus momias, enterradas en posición fetal, sentadas, con las manos tapandose la cabeza y con una mueca que pareciera de terror si uno no racionalizara que la piel seca y pegada al hueso no puede dar lugar sino a un rictus tan poco amable. Los habitantes de esta cultura ligada a la pesca enterraban a sus muertos en cavernas excavadas en los cerros, arropados en fardos funerarios confeccionados con magníficos tejidos, entre los mejores de ese momento de la historia del ser humano (desde 500 años antes de nuestra era).
Comemos en Las Lagunillas, un asentamiento que no llega ni a población situado dentro de la reserva; se trata de una pequeña calita en la que se recogen los barcos de los pescadores. Sólo cuenta con ocho o diez edificios, de ellos tres o cuatro restaurantes. Naturalmente, se ofrece pescado, y os puedo asegurar que no he comido un ceviche de lenguado más rico ni un pescado más fresco en todo el Perú (y eso que el ceviche de trucha que comí en Huaraz estaba estupendo).
Paracas pueblo, llamémoslo así, es un asentamiento pequeño con varios muelles, aunque el mercado de pescado, aquí no usan la palabra "lonja", está en San Andrés, a medio camino en la carretera a Pisco (quizá mañana me acerque un rato por allá antes de volver a Lima). Paracas pueblo básicamente consiste en una docena de hoteles, uno de ellos de superlujo (el "Hotel Paracas"), más un pequeño paseo marítimo con restaurantes y poco más. Las chicas (mis amigas de Puerto Maldonado) me aconsejaron que me fuera a dormir Chaco, localidad cercana, pero la verdad es que me ha dado pereza. Ya digo que tengo poco tiempo para pensar.
Ha merecido la pena ver el mayor despliegue de ostentación urbanísica que hasta ahora he visto en Perú. Se trata de casitas (chalets) en primera linea de playa (y cuando digo en primera, quiero decir que si al Pacífico le da por crecer un metro, les inunda el jardín), supongo que de ricachones ciudadanos limeños o de otras capitales próximas, ahora mismo cerrados todos, aunque asombrosamente sin apariencia de demasiadas medidas de seguridad. Y es que en Paracas se respira un ambiente muy tranquilo y sosegado. Cuando me he dado por la tarde un paseazo por playas desiertas y un humedal cercano en absoluta soledad, esa sensación he tenido (también me ha dicho Fredy que esto es totalmente tranquilo, que es el adjetivo que acá se usa cuando se quiere decir que no hay problemas de seguridad ciudadana).
En fin, aquí estoy, anclado en la otra gran región natural de las tres del Perú: la costa. Me faltaba realmente ver la costa en estado silvestre, pero hoy me he dado una buena inmersión, en sentido figurado creo decir, y ha sido en el que está reputado como uno de los mejores lugares de la costa peruana. A decir verdad, se me siguen antojando un poco extraños estos cambios tan drásticos: en pocas horas he pasado del imperio de lo más abigarrado hasta el reino de la simpleza perfecta. En fin, así son las cosas en el Perú.
Por fin mañana, el colofón: Islas Ballestas. Habrá que ver sus famosas colonias de lobos marinos; hoy he visto sólo uno... y estaba muerto. Según Fredy son los efectos de la pesca con dinamita, país éste en el que hasta el lugar más perfecto tiene alguna mácula. De momento esta noche dormiré arrullado por el susurro interminable del gran océano: mi ventana da directamente a las olas y ya digo que por aquí el concepto de urbanismo en primera linea de playa se traduce de manera bastante literal.
05 septiembre, 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
9 comentarios:
Ya q esta en Ica pruebe las chocotejas, si es que le gusta el dulce, las pecanas y claro un buen pisco peruano.... que buena cronica de viaje ¡estupenda!
Usuario anónimo: gracias por las recomendaciones, las anoto para la próxima vez...; ya no me da tiempo a más por acá. Gracias.
Julio, al igual que a Ulises, has conocido de cerca la magia del oraculo y te han tentado las sirenas de Puerto Maldonado. Pero todo viaje tiene sus peligros, entre los que esta el más peligroso de todos. El amor.
El amor a un lugar, a una persona o a una sociedad completa que te necesita o la necesitas, nunca se sabe. Pero todo viaje tiene principio y fin, de igual manera que todo viaje sea a donde sea te marca para siempre.
Cuando vuelvas te ayudaremos a pasar la moriña del viajero oyendo tus historias tantas veces como necesites contarlas, porque estoy seguro que no nos canseremos de oirlas.
Hasta pronto, Javier.
Besos de MªPaz
Y siempre te puedes venir a Galicia del 20 en adelante.
Joder Munilla, que pareces Antonio Gala jodío.Cómo mejoras cumpliendo años.Eres como los buenos vinos o mejor dicho como la cueva de Sacedón.
Que tendreís los de Plan.
Un abrazo.
Julio.acuérdate del número de vuelo y en que terminal ateriiza que vamos a hacer una de Amancio al final.
Cuídate.
Javi: sí, ah, el amor... Será eso. O qué se yo. Enamorado sí que me voy, te lo aseguro. Bueno, un fin de semana en Galicia, con su marisco, su ribeiro y todo eso puede no ser mala cura para el mal de amores...
Nacho: no se me olvidaba, es que ayer me fui a Paracas, como digo, con lo puesto. Allá va:
Vuelo: Air Madrid NM, nº 542
Llega a Barajas a las 7:00 h de la mañana del día 9, sábado, pero calcula retrasos, recogida de equipaje y demás (espero que no me pillen la yerba, jaja), supongo que una hora más como mínimo, para tus trasnoches. La terminal es la 1 según reza en el papelico con el itinerario... (a mí me hubiera gustado que hubiera sido en la cuatro por si hay opción de encontrarse con la de Iberia que me timo, ya sabes tú, pero en fin...)
yymy ¿seguro que te han dado ya los papeles para vivir en Sigüenza?
Por muchas influencias que tengas en el ayuntamiento, ya veremos a ver que pasa.
Julio enterado del vuelo.Allí estaré si no pasa nada.Cuídate.
Yymy, sí, ya sabía que había nuevo seguntino. A ver si nos vamos a pasar y se nos va el padrón de las manos, ja, ja. Bueno, nos vemos por allá. Te veo, Nacho, en el airport si el barco no se hunde...
O incluso si quieres nos vemos en el aeropuerto.
Publicar un comentario