06 septiembre, 2006

Islas Ballestas

La planeadora alcanza sus buenos nudos, nada que ver con los "peque-peque" de Puerto Maldonado, y el día está calmo. Sí, amigos, hoy, increíble, el Pacífico hace honor a su pacificidad y la leve ondulación de la superficie salada apenas traquetea nuestro avance. Durante el breve recorrido, quizá algo más de media hora en total, la costa desértica de la Península de Paracas va quedando a la izquierda, hasta que se pierde en la lejanía para quedar completamente rodeados de agua hasta todos los horizontes. Sólo un poco después se empieza a percibir la silueta de las islas entre la penumbra.

Las Islas Ballestas son un ramillete de peñascos de granito arrojados al océano. La desolación sería tan completa como en la costa, paraíso mineral de piedra y agua, si no fuera por el guano que cubre todas las superficies no verticales y que ya blanquea en la lejanía. Pero sobre todo, por las aves que lo producen.

No son muchas especies, tal vez cinco o seis sean las que más se ven, pero la abundancia es impresionante. Miles, cientos de miles de piqueros o alcatraces peruanos, (Sula variegata), el pájaro más abundante, salpican todas y cada una de las rocas, incluso los acantilados de bastante pendiente, mientras los cormoranes negros o guanays (Phalacrocorax bougainvillii) se amontonan ala con ala en las superfices más horizontales. El guano se recoge desde tiempos anteriores a los incas; éstos lo utilizaban, según han resultado algunos análisis, para fertilizar los andenes de cultivo del Valle Sagrado del Cusco, para lo cuál tenían que transportarlo desde la costa a través de su sofisticado sistema de caminos. Existen unos muretes de mampostería que circundan la parte alta de los acantilados para contener el guano, que se acumula durante cuatro o cinco años en gruesas capas antes de ser recogido. Otras aves comunes, aunque no llegan a formar masas tan notorias como las dos anteriores, son la bellísima gaviota inca o zarcillo (Larosterna inca), el impresionante pelícano peruano (Pelecanus thagus) y, por supuesto, el pequeño y simpático pingüino de Humboldt (Spheniscus humboldti). Todas ellas son endémicas de la corriente de Humboldt, pero la úntima además es especie rara, en peligro de extinción. Ha sido emocionante ver por primera vez un pingüino en libertad: se trata de aves exclusivas del hemisferio sur.

La razón de la gran abundancia de aves de esta región está en la gran productividad que genera la gran corriente de Humboldt, que, con sus aguas frías, luego densas, produce un fenómeno muy particular en el que el agua profunda del océano es empujada hacia arriba y hacia la costa (el "afloramiento" o "upwelling", que dirán los del norte), con lo que la superficie es constantemente fertilizada a partir de los minerales del fondo marino. Esto genera una tremenda explosión de plancton que a su vez es la base de todo el ecosistema marino, básicamente animal, que aquí se desarrolla.

Junto a las aves están las colonias de lobos marinos, con dos especies en las Ballestas. Son animales magníficos, de piel lustrosa, y es posible verlos en grupitos de ocho o diez por las peñas más bajas además de chapoteando alrededor de la barca, tanto en las islas como en el trayecto de ida; pero donde se pueden ver en un gran grupo de bastantes cientos es en la "playa de la maternidad", la única playa de las islas, formada por cascajo arrancado de los acantilados por la fuerza del mar y en donde en diciembre, en pleno verano austral, las hembras dan a luz a sus crías. El berrido o rugido de los leones marinos, no sé definirlo, a veces aparenta un balido de oveja incluso, se oye aquí y allá, siempre bajo el telón sonoro permanente de los piqueros, pero donde me ha impresionado ha sido en una pequeña cala en la que la barca nos ha metido hasta la entrada de unas cuevas, rozando el acantilado. Los leones parece que tienen preferencia por estas grandes oquedades, y allí he podido asistir a lo que en el instante he identificado sin duda como un "canto de sirenas" (qué casualidad que hoy hayas citado la misma idea en un comentario, amigo Javier). El momento ha sido mágico, hay que decir que el guía y el piloto son buenos profesionales, perfectos conocedores de su trabajo, el barco navega a golpecitos de motor en el itinerario que da vuelta a todas las islas, a bajas revoluciones cuando se prende la máquina para no perturbar a los animales, por simple inercia tras cada pequeño arranque, mientras el guía sólo habla lo imprescindible, un toque de información precisa aquí y otro allá, the big story in english y luego un breve resumen en castellano, of course, claro, mientras el mar todo lo arrulla, sonata de olas acariciada por los millones de siringes de millones de piqueros, de miles de cormoranes, mientras todos, los cerca de treinta pasajeros de la extraña nave, permanecemos extasiados, ensimismados, y del fondo de las grutas surge un silbido, un zumbido, notas arpegiadas combinadas en coro de ultratumba. El gruñido de los lobos de mar mezclado con el repicar de las olas en las cavidades produce un efecto hipnótico, mágico, magnífico, que empujaría a cualquiera al desembarco para averiguar la procedencia de tan inaudita melodía.

De hecho, hubiera dado algo por tener la oportunidad de pasear entre las colonias de aves, las cuales parecen completamente confiadas, igual que los leones marinos, al menos desde la barca; la barca se acerca a pocos metros de los acantilados y las aves y leones casi podrían tocarse. El espectáculo es magnífico no sólo por lo que se ve en tierra, sino también por los miles de aves pelágicas sobrevolándolo todo. Y, ya de vuelta, por las interminables formaciones de cormonares, hileras de aves negras de largo cuello, cientos o miles de ellas, patrullando el océano a menos de un metro de las olas con una precisión milimétrica. Donde aflora un cardumen de anchoveta o de cualquier otra especie adecuada, las aves se posan como si fueran patos en una laguna, formando grandes grupos, se sumerjen con facilidad tras curvar el cuello hacia abajo y levantar las patas por el lado opuesto del cuerpo, salen aquí y allá con el alimento en el pico. Esos grandes bancos de peces son la explicación de la riqueza faunística impresionante de estas islas y de esta costa. Una riqueza que antecede al hombre, que alimentó a la ancestral cultura Paracas, que facilitó el desarrollo de avanzadas técnicas de cultivo en los Andes de los Incas, y que hoy, más que nunca, necesita de la conciencia de todos nosotros, poderosa especie, para que nos transcienda como simples pasajeros temporales que somos de esta magnífica, tantas veces sorprendente, siempre frágil Nave Tierra.





1 comentario:

Julio dijo...

Sí, Naty, país diverso como pocos el vuestro. Te encantaría España, también hiperdiverso. El libro del lobo de río (la nutria gigante del Amazonas para los que nos lean), lo he ojeado nada más, no he tenido mucho tiempo. Lo que se ve es un trabajo de mucho tiempo y mucho esfuerzo. Da gusto cuando uno ve cosas bien hechas. Leeré al menos algunos capítulos que me interesan.