03 septiembre, 2006

Lianas de los dioses

Cuando todo está a punto de dar comienzo, la oscuridad es ya considerable y apenas es posible distinguir en la penumbra las caras de ocho hombres y una mujer. Cinco hombres son matsigenkas indígenas que han querido acoger hoy a otras cuatro personas ajenas a la comunidad. Al principio, tras una jornada en la selva de los matsigenkas, gente menuda y extremadamente acogedora, siempre sonriente, su extrema confianza con el extranjero, para ellos los animales, las plantas, los extranjeros y por supuesto ellos mismos somos seres separados y dignos de respeto por derecho propio, su candidez innata y maravillosa, les ocasionó más problemas que beneficios en el pasado, cuando los seringueiros brasileros, cuando los caucheros hispanos, también los mineros y madereros después, los esclavizaban para trabajar, pero hoy, tras una jornada de selva con ellos, todo el grupo se siente agradecido, todos, ellos también, parte de una misma humanidad, a pesar de que matsigenka significa precisamente eso mismo en su propia lengua, los hombres, los seres humanos, la humanidad, como ocurre con tantas otras lenguas de esta parte cautivadora del mundo. Uno lleva ya bastante tiempo llegando al convencimiento de que, aunque las diferencias culturales sean como un abismo, la humanidad única siempre subyace hasta conseguir unir los imposibles más aparentes, a menudo en la más sorprendente y magnífica de las alquimias.

Cuando todo va a empezar sólo los restos del crepúsculo se ven a través de una sola ventana de mosquitera abierta en un costado del recinto de tablas de selva y hojas secas de palma. Al principio, no existe nada que haga pensar en un estado de consciencia distinto al normal, al de este momento en el que escribo, al de cualquier instante del día cotidiano en cualquier vida anodina y en cualquier cultura domesticada por la Big-Mac y el mando a distancia. Al principio, ya digo, la sensación es perfectamente normal, pero con todo cada uno es consciente, incluso el más incrédulo, podría ser yo mismo, de que el grupo entero está a punto de entrar en uno de los momentos más fascinantes de todos los que, no me cabe duda, se pueden vivir en la Amazonía. Y el grupo lo sabe porque ya no hay vuelta atrás: lo sabe con la seguridad que da la visión entre penumbras de los vasos de cáscara de castaña ya vacíos.

Él lo preside todo. No daré nombres, es famoso localmente, y su fama es merecida. Merecida porque en su menudez, la propia de su raza, se esconden los secretos más ancestrales del gran bosque. Su mente es impenetrable, pero penetra la tuya hasta el fondo del alma. Sus dotes psicológicas están casi fuera de lo humano y su sabiduría es, no me cabe ninguna duda, mucho más grande que su fama. Él pertenece al gremio, podríamos llamarlo así, más misterioso y desconocido de la Amazonía. Él, con su apariencia insignificante de cuerpo fibroso castigado por los años, es chamán.

Sus hombres repiten la toma del brebaje amargo y acuoso. Varias veces. Él ha preparado distintos vasos de manera distinta, según sensibilidades, es decir, según la costumbre que tenga cada uno, la mitad menos uno de los asistentes sin experiencia. También ha tenido en cuenta las dolencias de alguno de los presentes: se trata de una sesión hecha con propósitos curativos. Al principio en la tarde, cuando se le sugirió que ofreciese una sesión, él se mostró reticente. El chamán suele ser celoso de sus secretos, y es justificable, siempre hay farmacéuticas ávidas de ellos y no siempre con el debido reconocimiento. Pero tras ofrecerle unas hojas de coca de manera cortés y él aceptar, varias veces, él las mezcla antes de chaccharlas con otra yerba que porta en una especie de bolsa colgada de la cintura, la conversación se relaja, y al final acepta. Uno de los guardasparques tiene una lesión en la rodilla y él va a intentar curarla.

Cuando todo comienza lo hace en un preciso instante. Todo está normal, todo bajo control, y de pronto, la mente y el cuerpo, sin diferencia posible entre ambas instancias, están cayendo en el más profundo de los abismos, sin nada en donde mirar, sin ningún punto de referencia, sin nada más que nada en cualquier derredor. Lo llaman "el mareo", pero porque hay que llamarlo de algún modo ya que no hay palabras para describir semejante experiencia. El pánico se apodera de la mente/cuerpo en un momento dado, pero tras ese instante inicial, el cántico metódico y machacón del chamán y sus hombres vuelve a inundarlo todo. El canto se inicia ya antes de beber, mientras los iniciados van dando instrucciones, suavemente, casi con cariño, a los no iniciados. Con sus pausas y sus turnos, la retahíla ancestral de significado que sólo ellos entienden proseguirá durante toda la sesión.

Cuando se recobra el control, se es consciente de que el tacto no se ha perturbado, el suelo se siente bajo los muslos cruzados y los dedos pueden percibir la granulosidad de la tierra de manera aproximadamamente normal. Además, es posible hablar con el chamán, entre el ronroneo de fondo él pregunta a cada uno por su nombre, él se preocupa de que cada uno se sienta bien. Aconseja que, si se ven serpientes, se tome otro camino. Tranquiliza con sus palabras medidas, expertas. Alienta a que se le pregunte a él o se le observe lo que se desée. Y es que es esa precisamente la potencia de este rito ancestral: abrir cauces de comunicación con otros humanos, vías de interconexión que resultan indescriptiblemente más profundas de lo que se puede llegar a soñar en estado normal.

Hay momentos en los que la mente es toda luces que brillan arremolinándose, carruseles de indefinibles colores que, lejos de intimidar, ya lograda la confianza con el trabajo de él, despiertan curiosidad y deseo de seguir adelante. Por momentos, las luces son fragmentos de hojas o trozos de periódicos en los que se ven a duras penas algunas letras. La sensación, pasado el mareo inicial, es de plena sensibilidad, de hipersensibilidad, como si todo el universo estuviera al alcance de la palma de la mano, como si un ente que emana de uno mismo se superpusiera al propio ser para aumentarlo, para expandirlo.

En un momento dado él empieza a preguntar por las enfermedades de cada uno. Las preguntas son directas, personales. Resulta imposible entender la conversación del chamán con los otros, pero el entedimiento es inconcebiblemente perfecto cuando uno mismo es el interlocutor. Pareciera que él se adelantara a tus propios pensamientos, tal es el poder de esa mente privilegiada haciendo el uso más experto de la más poderosa de las drogas divinas. Se diría que se trata de la comunicación más profunda que se puede conseguir entre dos seres humanos.

Si no se tiene ninguna dolencia, él insiste. Hay que buscar en el interior de cada alma, escudriñar cada rincón del corazón, y es el momento adecuado ya que se está en disposición de la más perfecta de las herramientas del espíritu. "Bueno, a veces cierto dolor en el bajo vientre", entre balbuceos que son la palabras de significado más preciso jamás pronunciadas. De pronto, al mirar hacia abajo, un brillo verdoso marca la zona declarada como dolorida. La fascinación es tan intensa que impide que la sorpresa se transforme en temor. Él manifiesta que eso no lo puede sanar en el momento, pero que lo hará con ayuda de su esposa, la verdadera experta en plantas curativas, cuando la sesión termine y cuando se disponga de lo necesario. Lo necesario será recolectado al día siguiente, un fragmento de liana, y, pelado con el machete para eliminar la corteza, convertido en un pedazo de madera blanca que pudiera tratarse por apariencia de cualquier madera del mundo. Hay que tomar sus raspaduras en cocimiento durante varios días.

Pero lo fascinante no es el remedio. Lo verdaderamente maravilloso, lo que escapa a toda explicación, es que el guardaparques que se sentaba al lado, el de la rodilla dolorida y que ya había recibido el calor de las manos del chamán, también vió en esa misma tarde de misterio un brillo verde en el bajo vientre de la persona que se sentaba a su lado. Eso confesó al día siguiente sin que mediara ninguna pista al respecto.

El estado especial de consciencia dura unos veinte minutos o no más de media hora. Parece ser que es posible obtener resultados más duraderos, incluso horas enteras, pero hace falta entrenamiento, no sólo físico, también espiritual. Pero hay una sensación que está siempre presidiendolo todo, y es probablemente una de las sensaciones más extrañas que puede experimentar un ser humano, incluso por encima de de la comunicación perfecta que se obtiene con el chamán. Se trata de la impresión persistente y tremenda de sentirse permanentemente observado. A veces se llegan incluso a visualizar ojos asomados a ventanitas alrededor de uno mismo. Es una observación que se siente completamente dentro del alma, en cada punto de ella y en su totalidad, como si alguien estuviera recorriendo todos tus rincones inconfesos y tu no pudieras hacer nada por evitarlo. Se trata de la sensación de desnudez más perfecta que se puede tener. Y sin embargo no es una sensación angustiante. No acobarda. No intimida. Es como si la observación de la propia desnudez resultara consentida, y aún relajase.

Al día siguiente, el chamán, en un nuevo paseo por la selva, será capaz de predecir el sobrevuelo de un águila harpía (el animal más esquivo de la selva) horas antes de que sobrevuele apoyándose en que uno de los asistentes a la sesión iniciática también la previsualizaría el día anterior; será capaz de predecir el nombre de personas no presentes y que él no conoce; será capaz de profundizar aún más en el alma de cada uno, ya sin ayuda de la droga, pero utilizando todo lo que pudo llegar a comprender, quizá como nadie había comprendido antes, de las almas de los presentes el día anterior. Y explicará que los ojos que miran desde ventanitas no son otros que los ojos de los hombres de la tribu, la mirada espiritual de los iniciados que están escudriñando con él el fondo de los corazones de los no iniciados, asistiendo en ello al chamán, que todo lo ve, que todo lo controla.

La ayahuasca es el brebaje sagrado de los pueblos amazónicos. En su preparación entran distintos componentes dependiendo de la cultura concreta, pero casi siempre se usan al menos dos lianas, una de ellas llamada precisamente ayahuasca ("liana divina" en quechua) que, curiosamente, no es la que porta el principio activo, sino que es necesaria por contener un inhibidor de cierta enzima, la cuál, de no ser anulada, impediría la absorción por vía digestiva. La fuente de la droga propiamente dicha varía, aunque es frecuente que se trate de lianas del género Psychotria, de buen nombre en latín. Y el principio químico subyacente, según pudo determinar en su día la ciencia occidental, recibe un nombre que no puede ser más descriptivo: la telapatina. A partir de aquí, el que quiera creer, que crea...

5 comentarios:

Julio dijo...

Esta entrada está escrita con mucho cariño a partir de lo que me contó una amiga muy especial que dejo en Puerto Maldonado. No, no he sido yo el que he tenido semejante experiencia en persona, lamento la decepción a los que me leéis desde España. Tampoco cuento todo lo que me fue confiado ni, como he dicho, quiero dar nombres por motivos obvios. Todo eso descansará en mi memoria y en mi libreta.

Veréis, amigos, con el paso de los días, he ido comprendiendo que para embutirse realmente de selva hace falta algo más que una visita ocasional de un par de semanas. La selva es mucho más profunda que todo eso y el no haber podido acceder en persona a una experiencia iniciática como ésta es el simple resultado esperable de este hecho. Precisamente esa es la razón, entre otras varias que podría enumerar, que, sin duda, me hará volver a la selva más bien pronto que tarde. Y ciertamente es muy posible que sea en primer lugar a Puerto Maldonado.

Va por ti, amiga mía.

nacho dijo...

Tus estupendas dotes de narrador me hicieron pensar por un momento que si te habiás sometido a la sesión.
En cualquier caso Julio, lo de volver a la selva pronto era algo que entra en el cálculo de todos los que te conocemos.
Alucinante el relato, de verdad.
Cuídate Julio.

Anónimo dijo...

Lo hemos vivido contigo... y resulta que no estabas. Qué bien escribes, majete. Muy emocionante, como el resto.
Tenemos muchas ganas de verte ya, pero no sé qué vamos a hacer sin la dosis cuasidiaria de blog desde el Perú... Va a ser como cuando uno termina un libro que le ha gustado mucho, que uno luego no se halla... Bueno, nos queda la esperanza de que parece que vas a volver pronto, ya nos contarás más.
Muchos besos
Beatriz & co

Julio dijo...

Bueno, la realidad es que quien me lo contó es quien tiene buenas dotes de narradora. Yo sólo transcribo. Ya os contaré más, sí. Realmente es la guinda que me gustaría haber vivido. Besos.

Julio dijo...

Naty: sólo "entresaqué" algunas cosas de las que me contaste, como ves. La experiencia tal y como la contaste es aún más completa. Me encantaría algún día vivirla.