30 julio, 2006
Nevado Pastoruri
Un glaciar de montaña no es lo mismo que uno de valle, y el "Mer de Glace" de los Alpes franceses, con sus grietas de fondo ignoto, es insuperable salvo probablemente alguna cosa en el Himalaya, supongo. Pero la Cordillera, ah, chicos, la Cordillera. Hoy he pisado los 5300 m. Nada menos. Os aseguro que no podía con mi alma, y eso que la subida parte ya de los 4700, que es donde te deja el autobús. Naturalmente, matito de coca antes de salir y, en la subida, chacchándola, como mandan los cánones. Eso sí, la ayuda de la "cencia" en la mochila por si hiciera falta: las pastillitas de "glucosport" de Maripaz y una tableta de cloramina glucosidada, específico para el mal de altura. Pero no ha hecho falta, a pesar de cierto dolor de cabeza a ratos, mareo seguro si te agachas y te levantas, y falta absoluta de resuello, parando cada pocos metros. Para llegar al colladito desde el que he visto los Andes Occidentales como una postal, en la cuerda que da a la cima del Nevado Pastoruri (5400 m, la he tocado practicamente, pero esperaba el autobús), hay que atravesar la lengua del glaciar, media horita o cuarenta minutos sobre hielo. El glaciar del Pastoruri está en fusión, y se retira a una velocidad de unos 15 metros al año. Será por el cambio climático. O será porque hace calor, qué se yo.
Durante la subida he conocido a Christian (he subido con él), que estudia turismo y era la primera vez que tocaba la nieve (es de Lima). También, fugazmente, a un guía de montaña autóctono, entradito en años y pura fibra, Leonardo, que subía con un francés. En cuestión de minutos nos hemos hecho la foto, me ha dado su dirección, y me ha enseñado dos cosas en quechua: "shumag", que es "bonito", y "shongo", que es "corazón". "Shonguyami cuiasunki" es "mi corazón te quiere". Shumag, digo bonito, ¿verdad? Para rematar el día, me he vuelto a encontrar con el profesor, Carlos, que hacía un servicio de taxi a la base del Pastoruri y me ha llamado de lejos porque me ha reconocido cuando ya iba a tomar el autobús. Un alegrón ya que es una persona a la que he cogido cariño. Bueno, esta vez menos literatura, y unas foticos para poner los dientes largos:
Durante la subida he conocido a Christian (he subido con él), que estudia turismo y era la primera vez que tocaba la nieve (es de Lima). También, fugazmente, a un guía de montaña autóctono, entradito en años y pura fibra, Leonardo, que subía con un francés. En cuestión de minutos nos hemos hecho la foto, me ha dado su dirección, y me ha enseñado dos cosas en quechua: "shumag", que es "bonito", y "shongo", que es "corazón". "Shonguyami cuiasunki" es "mi corazón te quiere". Shumag, digo bonito, ¿verdad? Para rematar el día, me he vuelto a encontrar con el profesor, Carlos, que hacía un servicio de taxi a la base del Pastoruri y me ha llamado de lejos porque me ha reconocido cuando ya iba a tomar el autobús. Un alegrón ya que es una persona a la que he cogido cariño. Bueno, esta vez menos literatura, y unas foticos para poner los dientes largos:
29 julio, 2006
Decisión
Ando con todos los mapas del Perú desplegados sobre la mesa mientras saboreo un jugo de mango "como se toman aquí" (casi medio litro, impresionantemente buenos). Es mi cena de hoy. En la mesa de al lado, una turista solitaria, sudamericana pero que no parece del Perú, cena un sandwich. Mientras ando decidiendo los detalles del siguiente paso en el viaje, se me va la intención hacia la mesa de al lado... Consigo concentrame, pero no encuentro el camino. No sé si ir por Huánaco a Tingo María y desde ahí a Pucallapa o a Tarapoto, tal vez algún tramo en avioneta. Parece ser que en esa zona ha habido cárteles de la droga aliados con algún reducto de los senderistas, pero no estoy seguro de la actualidad de la guía que llevo. En cualquier caso el libro indica que se tome el avión en esa zona siempre que se pueda para evitar viajes terrestres por carreteras remotas. En fin, la realidad es que eso es lo que en realidad me pide el cuerpo, más que nada por ver la Cordillera Azul y las cuencas del Huallaga y del Ucayali, que deben de ser la pera. La otra opción es mucho más razonable, pasa por Trujillo, en la costa. Pero hay que dormir probablemente en Chimbote, localidad pesquera e industrial de la que se dice que es la más insegura del Perú. También según la guía, claro. El caso es que ya sé qué combinación de transporte tengo hasta Huánuco o hasta Chimbote, pero para ir a Trujillo desde Huaraz no tengo información (no lo contemplaba). Mañana volveré tarde (subo al glaciar del Pastoruri) y tendré el tiempo justo para preguntar y sacar pasaje. Pero ya no hay remedio: tengo que salir pasado mañana de Huaraz como sea para que el viaje me cunda.
Sigo debatiendo, que sí selva o si costa, que si le pregunto por su país o por si viaja sola, que si pitos o si flautas, y de repente entra una niñita sucia y preciosa, como todas las de por aquí. No levantará más de siete u ocho años. Se acerca a mi mesa, parece que tengo imán. Lleva una bolsa con algo dentro. Algo para vender. Se ven niños vendiendo, cantando o haciendo las cosas más variopintas para ganar algo de dinero. Hoy, mientras comía, unos niños con una quena (flauta), desafinando, pedían, hasta que una señora les ha dado algo de sopa que les había sobrado, y no creáis que la han rechazado...
El vaso de jugo ya va por la mitad, y la niña me mira con los ojos fijos con los que sólo saben mirar los niños. Veo los mapas, veo el vaso, todo de refilón ya que no puedo apartar mi ojos de los suyos. Intento manifestar el mayor cariño posible con la mirada, y le pregunto en voz baja, en complicidad, que qué vende. Cuatro por un sol me dice casi tímida. Son caramelos, o chocolates, o qué se yo. En un instante me veo insignificante ante mis mapas, mi jugo, la vecina de mesa. Me avergüenzo de mi riqueza inmensa, le doy un sol, y tomo los dulces. No sé si actúo bien o mal, no sé si es una niña explotada o necesitada, no sé nada de ella. No ha sido un acto meditado. Ha sido una decisión que no es de la razón.
Ella ya se va. Yo cierro los mapas, el jugo, la vecina, y marcho, despacio, hacia el hotel...
Sigo debatiendo, que sí selva o si costa, que si le pregunto por su país o por si viaja sola, que si pitos o si flautas, y de repente entra una niñita sucia y preciosa, como todas las de por aquí. No levantará más de siete u ocho años. Se acerca a mi mesa, parece que tengo imán. Lleva una bolsa con algo dentro. Algo para vender. Se ven niños vendiendo, cantando o haciendo las cosas más variopintas para ganar algo de dinero. Hoy, mientras comía, unos niños con una quena (flauta), desafinando, pedían, hasta que una señora les ha dado algo de sopa que les había sobrado, y no creáis que la han rechazado...
El vaso de jugo ya va por la mitad, y la niña me mira con los ojos fijos con los que sólo saben mirar los niños. Veo los mapas, veo el vaso, todo de refilón ya que no puedo apartar mi ojos de los suyos. Intento manifestar el mayor cariño posible con la mirada, y le pregunto en voz baja, en complicidad, que qué vende. Cuatro por un sol me dice casi tímida. Son caramelos, o chocolates, o qué se yo. En un instante me veo insignificante ante mis mapas, mi jugo, la vecina de mesa. Me avergüenzo de mi riqueza inmensa, le doy un sol, y tomo los dulces. No sé si actúo bien o mal, no sé si es una niña explotada o necesitada, no sé nada de ella. No ha sido un acto meditado. Ha sido una decisión que no es de la razón.
Ella ya se va. Yo cierro los mapas, el jugo, la vecina, y marcho, despacio, hacia el hotel...
Datos prácticos para la Cordillera Blanca
La Cordillera Blanca es el macizo montañoso tropical más alto del mundo. Contiene varias cumbres que superan con creces los 6000 metros, de los cuáles el más alto es el Nevado Huascarán (6770 m). Toda la cordillera es un inmenso campo de glaciares y nieves perpetuas por encima de los 4600 a 5000 metros (según latitud y exposiciones), y de ahí viene el descriptivo nombre, sobre todo por contraste con la Cordillera Negra, seca y sin nieve, situada a occidente. La cordillera está contenida en el Parque Nacional Huascarán, que es además Reserva de la Biosfera y Patrimonio de la Humanidad. Pero lo más importante es que, aparte de los títulos, sospecho que debe de ser uno de los lugares más hermosos e impresionantes de la Tierra. Por mi parte puedo afirmar que, hasta ahora, todo lo que había visto no habían sido montañas...
La capital deportiva y turística para acceder a Huascarán y su entorno es Huaraz. Se sitúa en el centro del llamado Callejón de Huaylas, el valle que separa las dos cordilleras Blanca y Negra, a unos 3100 m de altitud. Huaraz es a los Andes peruvianos algo así como Chamonix a los Alpes franceses. La ciudad en sí (unos 70000 habitantes) no tiene ningún encanto, más que nada porque fue completamente destruida por el terremoto del 1970 y su reconstrucción es al modo caótico habitual por estos lares. Aún así, es el punto de partida obligado para visitar la cordillera, y también para acceder a importantes yacimientos arquelógicos, muy abundantes en la comarca, entre los que destaca sin duda el Chavín de Huantar, centro de la cultura Chavín, preincaica, y el segundo lugar arqueológico más importante del Perú después de Machu Pichu. Hay también abundantes servicios, restaurantes, hoteles de todo tipo y pelaje, internet hasta la saciedad, etc.
Si alguna vez caéis por estos lares, una simple recomendación: haced uso de los servicios turísticos de Huaraz para organizar vuestras excursiones. No merece la pena ir por libre ya que al final acaberéis tirando de taxis para llegar a donde vosotros queráis, y acaba saliendo la cosa pelín carilla (y si usáis las combis y transportes semejantes, armaos de paciencia...) La oferta es tremenda en la ciudad, y sólo en la calle principal, bajo sus soportales, encontraréis decenas de operadores que organizan trekings de cualquier duración (de dos a diez días) y dificultad, además de escaladas, visitas a centros arqueológicos, y todo lo que se os ocurra. Un ejemplo: treking de las quebradas Santa Cruz y Llanganuco, el más popular (se superan los 4700 m), cuatro días, tres noches en el campo, por 90 dólares/persona, incluidas tiendas de campaña, sacos de dormir, comida, guías y burros para llevar la carga (aquí no se carga con la mochila: creedme que subir un repecho de 100 m por encima de los 4000 m es como subir 300 a mil). Y otra recomendación, y esta FUNDAMENTAL. Ni se os ocurra venir por Huaraz entre el 25 y el 28 de julio, incluido el fin de semana que quede cerca. Son, respectivamente, las fiestas de la ciudad y la Fiesta Patria del país, y medio Lima se viene para acá. La cosa en sí parece inofensiva salvo porque ¡es imposible, literalmente, encontrar alojamiento! Os hablo por experiencia: en cuatro noches llevo tres hoteles distintos a base de buscar huecos y cancelaciones. Eso sí, si dormis la primera noche en hotel la segunda podéis estar ya en tienda de campaña si os habéis organizado rápido. Hay treks, sobre todo los más populares (Santa Cruz-Llanganuco, Pastoruri, cordillera Hayhuash) que salen todos los días, si no en una agencia, en otra.
La capital deportiva y turística para acceder a Huascarán y su entorno es Huaraz. Se sitúa en el centro del llamado Callejón de Huaylas, el valle que separa las dos cordilleras Blanca y Negra, a unos 3100 m de altitud. Huaraz es a los Andes peruvianos algo así como Chamonix a los Alpes franceses. La ciudad en sí (unos 70000 habitantes) no tiene ningún encanto, más que nada porque fue completamente destruida por el terremoto del 1970 y su reconstrucción es al modo caótico habitual por estos lares. Aún así, es el punto de partida obligado para visitar la cordillera, y también para acceder a importantes yacimientos arquelógicos, muy abundantes en la comarca, entre los que destaca sin duda el Chavín de Huantar, centro de la cultura Chavín, preincaica, y el segundo lugar arqueológico más importante del Perú después de Machu Pichu. Hay también abundantes servicios, restaurantes, hoteles de todo tipo y pelaje, internet hasta la saciedad, etc.
Si alguna vez caéis por estos lares, una simple recomendación: haced uso de los servicios turísticos de Huaraz para organizar vuestras excursiones. No merece la pena ir por libre ya que al final acaberéis tirando de taxis para llegar a donde vosotros queráis, y acaba saliendo la cosa pelín carilla (y si usáis las combis y transportes semejantes, armaos de paciencia...) La oferta es tremenda en la ciudad, y sólo en la calle principal, bajo sus soportales, encontraréis decenas de operadores que organizan trekings de cualquier duración (de dos a diez días) y dificultad, además de escaladas, visitas a centros arqueológicos, y todo lo que se os ocurra. Un ejemplo: treking de las quebradas Santa Cruz y Llanganuco, el más popular (se superan los 4700 m), cuatro días, tres noches en el campo, por 90 dólares/persona, incluidas tiendas de campaña, sacos de dormir, comida, guías y burros para llevar la carga (aquí no se carga con la mochila: creedme que subir un repecho de 100 m por encima de los 4000 m es como subir 300 a mil). Y otra recomendación, y esta FUNDAMENTAL. Ni se os ocurra venir por Huaraz entre el 25 y el 28 de julio, incluido el fin de semana que quede cerca. Son, respectivamente, las fiestas de la ciudad y la Fiesta Patria del país, y medio Lima se viene para acá. La cosa en sí parece inofensiva salvo porque ¡es imposible, literalmente, encontrar alojamiento! Os hablo por experiencia: en cuatro noches llevo tres hoteles distintos a base de buscar huecos y cancelaciones. Eso sí, si dormis la primera noche en hotel la segunda podéis estar ya en tienda de campaña si os habéis organizado rápido. Hay treks, sobre todo los más populares (Santa Cruz-Llanganuco, Pastoruri, cordillera Hayhuash) que salen todos los días, si no en una agencia, en otra.
28 julio, 2006
El idioma de la gente
El runasimi ("runa" = gente, "simi" = idioma, boca) es la lengua de los Andes. Se trata del quechua o quichua, el cuarto idioma más hablado de todas las américas. Sulema es pastora en las estribaciones del nevado Pastoruri, de vacas, ovejas y caballos. "Nuka kani warmi" me dice, o sea que ella ("nuka" = yo) es mujer. Sulema, que tiene los ojos de color miel, más claros de lo habitual en la tipología andina, está encantada con el color de mis ojos. Se sorprende también del tono ya bastante canoso de mi pelo y añade que debe de ser por la raza. Por fin, casi me ruborizo cuando añade que mi sonrisa le encanta. Dice que los españoles somos más conversadores y simpáticos, que le gusta hablar conmigo. Y cuando me pide "mi gracia", averiguo que he de contestar con mi nombre, Julio. Sulema es una mujer curtida, de edad indeterminada, tal vez entre la cuarentena y la cincuentena. Y desde luego, es encantadora. En el bar de Catac, con el profesor Carlos, maestro de primaria del pueblo, y con Pedro, ingeniero, que me han venido a recoger hasta el lugar donde habitan las puyas, me enseñan alguna cosa más en runasimi. Los cactus que crecen en la puna, a 4300 metros, y que he fotografiado, se llaman "curicasha", y efectivamente son como ovillos redondos cubiertos de espinas ("curi" = cosa esférica; "casha" = espina). Los chozos de piedra con techo de paja de "ichu" (Stipa ichu) se llaman "ocsha", según me cuenta Pedro, esta vez el topógrafo, que ha subido por la mañana a llevarme al sitio de las puyas. El también habla quechua, aquí todo el mundo es bilingüe. "Iman sutiyki", me enseña preguntándome, o sea "¿cómo te llamas?" No hacen falta signos de interrogación ya que en las desinencias está el tono, aunque a menudo se ponen por redundar. De paso me hablan de alguna planta más, como la ruda, que llaman tal cual y que dicen silvestre, aunque yo sospecho que es introducida ya que tanto la planta como el nombre son europeos. En el bar la tienen en un jarrón, y me cuentan que es para atraer a los clientes, y que me fije que la veré en más sitios. Añaden que también sirve para curar el mal de envidia, cosa que anoto por si procediera alguna vez. El profesor Carlos, taxista en sus ratos libres, una persona culta, respetada y respetable, callada y sabia, añade alguna información sobre las diferencias entre las distintas variedades de quechua, incluso a un lado u otro de la Cordillera Blanca, no digamos a cientos o miles de kilómetros de distancia. Dice que los nativos de los Andes de Ancash, el departamento en el que ahora estamos, no se entienden con los de Ayacucho, al sur del país. Por poner un ejemplo.
Cuando uno lee sobre el quechua en los libros, llama la atención la abundancia de sonidos aparentemente duros, "ch", "k", pero cuando oyes hablar a dos campesinas entre sí, cosa habitual en los medios de transporte, el tono suena sorprendentemente suave y fluido, casi dulce. El quechua es lo que se llama una lengua aglutinante, algo así como el alemán, en la que a las raíces fundamentales se les va añadiendo modificadores hasta dar lugar a palabras largas aparentemente imposibles de memorizar. Sin embargo se trata de una lengua muy lógica, de gramática perfecta, en la que nada queda al azar. Los sonidos son también reconocibles y limpios, hasta el punto de que es posible escribir las palabras que oyes utilizando un alfabeto avanzado, como es el latino, sin necesidad de conocer el idioma, cosa que no ocurre ni por asomo con determinadas lenguas bárbaras que no vamos a nombrar. Hay que ver qué suerte tuvieron las culturas que fueron absorbidas por el imperio Inca y qué mala hemos tenido nosotros, absorbidos por el imperio de los anglosajones.
En quechua no hay géneros gramaticales, y "pay" vale para él y para ella. Sin embargo hay dos nosotros distintos, "nucanchis" y "nukayqu", "todos nosotros" y "nosotros, pero sin vosotros", es decir, un nosotros incluyente y otro excluyente. A mi me fascina pensar en la impronta en el modo de ver la vida que tienen que generar estas cosas aparentemente tan sencillas.
Cuando uno lee sobre el quechua en los libros, llama la atención la abundancia de sonidos aparentemente duros, "ch", "k", pero cuando oyes hablar a dos campesinas entre sí, cosa habitual en los medios de transporte, el tono suena sorprendentemente suave y fluido, casi dulce. El quechua es lo que se llama una lengua aglutinante, algo así como el alemán, en la que a las raíces fundamentales se les va añadiendo modificadores hasta dar lugar a palabras largas aparentemente imposibles de memorizar. Sin embargo se trata de una lengua muy lógica, de gramática perfecta, en la que nada queda al azar. Los sonidos son también reconocibles y limpios, hasta el punto de que es posible escribir las palabras que oyes utilizando un alfabeto avanzado, como es el latino, sin necesidad de conocer el idioma, cosa que no ocurre ni por asomo con determinadas lenguas bárbaras que no vamos a nombrar. Hay que ver qué suerte tuvieron las culturas que fueron absorbidas por el imperio Inca y qué mala hemos tenido nosotros, absorbidos por el imperio de los anglosajones.
En quechua no hay géneros gramaticales, y "pay" vale para él y para ella. Sin embargo hay dos nosotros distintos, "nucanchis" y "nukayqu", "todos nosotros" y "nosotros, pero sin vosotros", es decir, un nosotros incluyente y otro excluyente. A mi me fascina pensar en la impronta en el modo de ver la vida que tienen que generar estas cosas aparentemente tan sencillas.
La puna
La puna es imposible de definir. Es de esos lugares que, o se perciben en directo, o no se entienden. Llevo deseando hacerlo desde hace años. Y hoy ha sido el día.
Imaginad una extensión tremenda de luz. Imaginad laderas suaves y pendientes de longitud infinita. Imaginad tremedales gigantescos, bofedales del tamaño de ciudades enteras, aguas serpenteando mil veces en las que chapotean gansos andinos y pescan garzas del Nuevo Mundo. Imaginad al fondo las montañas nevadas más majestuosas que podáis creer, e id un poco más allá porque os habréis quedado cortos. Imaginad la inmensidad, el aire transparente y enrarecido, la fatiga, la soledad perfecta, la pequeñez del hombre. Imaginad la libertad.
Imaginad una extensión tremenda de luz. Imaginad laderas suaves y pendientes de longitud infinita. Imaginad tremedales gigantescos, bofedales del tamaño de ciudades enteras, aguas serpenteando mil veces en las que chapotean gansos andinos y pescan garzas del Nuevo Mundo. Imaginad al fondo las montañas nevadas más majestuosas que podáis creer, e id un poco más allá porque os habréis quedado cortos. Imaginad la inmensidad, el aire transparente y enrarecido, la fatiga, la soledad perfecta, la pequeñez del hombre. Imaginad la libertad.
27 julio, 2006
Autosuficiencia
Al subir con Andrés a la quebrada Ucla, atravesamos varios pueblitos, todo casas de adobe y campesinos, mujeres con los atavíos tradicionales andinos, ovejas, cerdos y campos de cultivo. Andrés, de edad indetermininada, pero alrededor de los veinte, vive en unas casas cercanas al pueblo de Shilla, el cuál atravesamos. Trabaja de taxista o de campesino por temporadas y no tiene ningún interés en irse a vivir Lima. Su español es rudimentario y su lengua materna es el quechua. En un recodo del camino, me pide permiso para que suban dos señoras con todo su atavío, y naturalmente suben. Entre ellas hablan quechua. Quechua en estado puro a 400 km de Lima y a menos de 20 del centro turístico más importante de los Andes peruanos después de Machu Pichu (Huaraz). Alucino.
Tomo nota y apunto para la bajada. Objetivo: terminar la jornada en el piso altitudinal agrícola, atravesando los pueblitos antes de tomar el microbús. Y dicho y hecho.
Largo rato de polvo tras salir de las fronteras del parque empiezan a aparecer cultivos, primero algunos abandonados, allá por los 3500 m, pero enseguida, a eso de los 3400, activos. Y gente en ellos trabajando. Un cereal que parece trigo, pero con cañas de cerca del metro de longitud. Al principio lo tomo por centeno por su estatura, pero enseguida lo descarto y más adelante lo confirmo como trigo al ver centeno de verdad ¡aún más alto! El cereal está en sazón, con un bonito color dorado casi rojizo. Es estación seca aquí, y el campo en las vertientes áridas de los Andes es amarillo, como el verano castellano. Veo cultivos de papas con flores moradas, especies o variedades distintas de las nuestras sin duda. Cultivos de maíz en mezcla con habas, recién plantados. Una señora me indica que lo que recoge es avena, y yo, saturado de exotismo, que se me ocurre preguntar por una planta que de sobra conozco. Veo campesinos solazándose en un claro ya cosechado del cereal. El saludo es, en cada cruce, en cada vistazo, buenas tardes, pero me pongo algo nervioso cuando me contestan "buenas tardes, señor". Sé que es trato normal de extranjería, pero no puedo evitar sentirme incómodo ya que lo asocio inconscientemente a un exceso de deferencia que me repele. Veo cañas ya cosechadas, y sospecho que son de quinua, uno de los granos autóctonos de los Andes. Hay regadíos, las papas, el maíz, berzas y hortalizas. Los nevados son generosos y destilan su líquido tesoro vertiente abajo. El agua, glaciar fundido, discurre por múltiples acequias y corretea por cada rincón. Veo burros; cerdos muy negros, pequeños; un tipo de gallina con penacho de plumas en la cabeza y "polainas" desflecadas; perros;... Las casas, de adobe crudo, tejado de entramado simple de madera y teja árabe que parece rústica. La teja la trajimos los españoles; los incas techaban todo, hasta los templos, con paja. Apenas hay uralitas y veo muy pocos más elementos de manufactura industrial. Veo hornos en cúpula de puro barro. Los escasos vallados son de piedra, redonda de glaciar. Estoy en pleno centro de la agricultura de subsistencia. Habría que remontarse a los años cuarenta en España, por lo menos, para ver algo así. La gente se ve laboriosa, amable, educada, y parece alegre y feliz.
El paisaje se compone de eucaliptos introducidos que, curiosamente, no desentonan entre las huertas con sus siluetas elevadas; todas las laderas en la lejanía son cuadrados de cereal. Preside todo la impresionante mole blanca del macizo del Huascarán, con los glaciares asomándose al valle. Enfrente, la Cordillera Negra, que no tiene nieve por ser algo más baja que la Cordillera Blanca y porque ésta bloquea la llegada de los húmedos vientos atlánticos hacia occidente. Las laderas de la Cordillera Negra están cultivadas en secano hasta altitudes increíbles.
El entorno de Shilla está a unos 3300 m. Dudo en ese punto sobre el camino a seguir, y ya que el microbús ha de estar al llegar temo por perderlo. Entro a preguntar. Me confunden con italiano (¡qué alegría, no soy guiri por una vez!), y me preguntan que si conozco al párroco del pueblo, don nosequé; naturalmente digo que no. Es curioso, esto ya me ha pasado en otro sitio, todavía no sé darle significado. Mi interlocutor corrige mi dicción. 'Shilla', que se dice algo así como 'chsillsha'. No consigo pillarlo bien porque mi quechua es todavía rudimentario (pequeña vacilada), y pasamos a otra cosa. Me acogen. Me tratan con confianza. Es todo bastante distinto a la capital. Me siento como en casa.
Pasan unos minutos, que para mi son tan valiosos como el oro, y el traqueteo del microbús se oye a lo lejos. A mi indicación para. Subo. No hay asiento, y quedo de pie mirando a todas las caras cobrizas y curtidas que me miran desde sus asientos. Sentimientos contradictorios me invaden, y me siento el ser más extrañamente en su casa que existe. Mientras bajamos, la mitad del camino de pie, me miro en los ojos de azabache de las criaturas. No puedo creer la hermosura de los ojos de estos niños; nunca vi cosa tan negra y tan brillante. Ellos me miran con curiosidad, y se divierten. Yo sonrío con ellos. Al final, al sentarme, un bebé que asoma del brazo del asiento de delante queda clavado en mis ojos, y yo le sostengo la mirada largo rato mientras le entretengo, intentando escudriñar cada destello, cada pliegue de su párpado rasgado, cada rincón de su óvalo de almendra. Dicen los asiáticos que los ojos europeos son de pez, y que el ojo mongoloide es el canon de perfección. Empiezo a darles la razón. La gente va en silencio, cansados del viaje largo en tiempo y baches, aunque relativamente corto en recorrido. Yo también: han sido por mi parte, aun cuesta abajo, más de veinte kilómetros de caminata. Llegamos a Huaraz ya bien entrada la noche.
Tomo nota y apunto para la bajada. Objetivo: terminar la jornada en el piso altitudinal agrícola, atravesando los pueblitos antes de tomar el microbús. Y dicho y hecho.
Largo rato de polvo tras salir de las fronteras del parque empiezan a aparecer cultivos, primero algunos abandonados, allá por los 3500 m, pero enseguida, a eso de los 3400, activos. Y gente en ellos trabajando. Un cereal que parece trigo, pero con cañas de cerca del metro de longitud. Al principio lo tomo por centeno por su estatura, pero enseguida lo descarto y más adelante lo confirmo como trigo al ver centeno de verdad ¡aún más alto! El cereal está en sazón, con un bonito color dorado casi rojizo. Es estación seca aquí, y el campo en las vertientes áridas de los Andes es amarillo, como el verano castellano. Veo cultivos de papas con flores moradas, especies o variedades distintas de las nuestras sin duda. Cultivos de maíz en mezcla con habas, recién plantados. Una señora me indica que lo que recoge es avena, y yo, saturado de exotismo, que se me ocurre preguntar por una planta que de sobra conozco. Veo campesinos solazándose en un claro ya cosechado del cereal. El saludo es, en cada cruce, en cada vistazo, buenas tardes, pero me pongo algo nervioso cuando me contestan "buenas tardes, señor". Sé que es trato normal de extranjería, pero no puedo evitar sentirme incómodo ya que lo asocio inconscientemente a un exceso de deferencia que me repele. Veo cañas ya cosechadas, y sospecho que son de quinua, uno de los granos autóctonos de los Andes. Hay regadíos, las papas, el maíz, berzas y hortalizas. Los nevados son generosos y destilan su líquido tesoro vertiente abajo. El agua, glaciar fundido, discurre por múltiples acequias y corretea por cada rincón. Veo burros; cerdos muy negros, pequeños; un tipo de gallina con penacho de plumas en la cabeza y "polainas" desflecadas; perros;... Las casas, de adobe crudo, tejado de entramado simple de madera y teja árabe que parece rústica. La teja la trajimos los españoles; los incas techaban todo, hasta los templos, con paja. Apenas hay uralitas y veo muy pocos más elementos de manufactura industrial. Veo hornos en cúpula de puro barro. Los escasos vallados son de piedra, redonda de glaciar. Estoy en pleno centro de la agricultura de subsistencia. Habría que remontarse a los años cuarenta en España, por lo menos, para ver algo así. La gente se ve laboriosa, amable, educada, y parece alegre y feliz.
El paisaje se compone de eucaliptos introducidos que, curiosamente, no desentonan entre las huertas con sus siluetas elevadas; todas las laderas en la lejanía son cuadrados de cereal. Preside todo la impresionante mole blanca del macizo del Huascarán, con los glaciares asomándose al valle. Enfrente, la Cordillera Negra, que no tiene nieve por ser algo más baja que la Cordillera Blanca y porque ésta bloquea la llegada de los húmedos vientos atlánticos hacia occidente. Las laderas de la Cordillera Negra están cultivadas en secano hasta altitudes increíbles.
El entorno de Shilla está a unos 3300 m. Dudo en ese punto sobre el camino a seguir, y ya que el microbús ha de estar al llegar temo por perderlo. Entro a preguntar. Me confunden con italiano (¡qué alegría, no soy guiri por una vez!), y me preguntan que si conozco al párroco del pueblo, don nosequé; naturalmente digo que no. Es curioso, esto ya me ha pasado en otro sitio, todavía no sé darle significado. Mi interlocutor corrige mi dicción. 'Shilla', que se dice algo así como 'chsillsha'. No consigo pillarlo bien porque mi quechua es todavía rudimentario (pequeña vacilada), y pasamos a otra cosa. Me acogen. Me tratan con confianza. Es todo bastante distinto a la capital. Me siento como en casa.
Pasan unos minutos, que para mi son tan valiosos como el oro, y el traqueteo del microbús se oye a lo lejos. A mi indicación para. Subo. No hay asiento, y quedo de pie mirando a todas las caras cobrizas y curtidas que me miran desde sus asientos. Sentimientos contradictorios me invaden, y me siento el ser más extrañamente en su casa que existe. Mientras bajamos, la mitad del camino de pie, me miro en los ojos de azabache de las criaturas. No puedo creer la hermosura de los ojos de estos niños; nunca vi cosa tan negra y tan brillante. Ellos me miran con curiosidad, y se divierten. Yo sonrío con ellos. Al final, al sentarme, un bebé que asoma del brazo del asiento de delante queda clavado en mis ojos, y yo le sostengo la mirada largo rato mientras le entretengo, intentando escudriñar cada destello, cada pliegue de su párpado rasgado, cada rincón de su óvalo de almendra. Dicen los asiáticos que los ojos europeos son de pez, y que el ojo mongoloide es el canon de perfección. Empiezo a darles la razón. La gente va en silencio, cansados del viaje largo en tiempo y baches, aunque relativamente corto en recorrido. Yo también: han sido por mi parte, aun cuesta abajo, más de veinte kilómetros de caminata. Llegamos a Huaraz ya bien entrada la noche.
La quebrada Ucla
Primer contacto con el terreno. Gracias a los consejos del personal del Parque Nacional Huascarán, con quien he establecido un buen contacto, elijo como primera aproximación a la Cordillera Blanca la Quebrada Ucla. Es una de las cuatro que es atravesada por una vía de comunicación en el Parque y la menos turística de las cuatro. La tal vía es un camino de tierra y pedruscos que no llega ni remotamente a la categoría de pista forestal, pero es la vía normal de tránsito entre Carhuaz y Chascas, poblaciones situadas en vertientes opuestas. Por ella circulan "micros", "combis", "colectivos", taxis y todo tipo de medio de transporte que se pueda uno imaginar. Así son las cosas en los Andes.
Subo con Andrés, taxista que "me agencio" en Carhuaz, hasta los 4000 m (sufriendo a cada piedra por el pobre coche, por más que esté destartalado). Se trata de ver los pisos de vegetación basales. Ya se ve que aquí "basal" resulta un poco alto. Más arriba está el Punto Olímpico, el paso a la vertiente oriental, a más de 4700, pero hoy está nublado y no merece la pena subir más. Andrés me deja arriba, se vuelve, y comienzo el descenso a pie. Sólo ante la Cordillera. Un "micro" tiene que pasar procedente de Chascas a eso de las cuatro por el puesto de entrada al parque. Puedo tomarlo cuando lo vea venir, en cualquier punto del camino, no hay problema.
La quebrada Ucla es un valle glaciar de libro, con su típica forma de artesa. Los glaciares laterales están a tiro de piedra, casi siento que los puedo tocar, una simple trepadita de 500 ó 600 metros de desnivel y serían míos, pero voy con el tiempo justo y hoy no toca. La quebrada está orientada de oeste a este, y los glaciares bajan más en la ladera sur. Claro, chavales: estamos en el hemisferio sur, y las exposiciones meridionales son aquí la "umbría"... Por cierto, todavía no he mirado lo del giro del agua en el desagüe (lo miro esta noche, Santi).
Lo que he visto hoy ha sido el piso de bosque relicto de quenual (Polylepis sericea), que es lo más que da el piso forestal en la vertiente occidental de la Cordillera Blanca, que es la seca (los vientos húmedos vienen de la Amazonía en los Andes; las caras occidentales, que miran a la costa pacífica, son muy secas). Consigo reconocer unas quince o veinte especies arbustivas, todas en flor. Géneros del hemisferio sur o de las Américas, algunos ya los conocía, pero también algunos conocidos allá (Senecio, Berberis). Fauna se ve poca. Veo algo así como un pícido, como un pito real, pero más grande, amarillo y negro, y con una pose distinta, más erguida. Veo también un picaflor completamente negro libando en florecillas tubulares rojas que no acierto a encasillar. Veo algún otro pajarillo de montaña, de tonos parduzcos, y un par de cosas blancas con apariencia de gansos o por ahí. Además de algo parecido a un cuervo. El cóndor de momento sólo lo he visto disecado en el Museo de Historia Natural de Lima...
Subo con Andrés, taxista que "me agencio" en Carhuaz, hasta los 4000 m (sufriendo a cada piedra por el pobre coche, por más que esté destartalado). Se trata de ver los pisos de vegetación basales. Ya se ve que aquí "basal" resulta un poco alto. Más arriba está el Punto Olímpico, el paso a la vertiente oriental, a más de 4700, pero hoy está nublado y no merece la pena subir más. Andrés me deja arriba, se vuelve, y comienzo el descenso a pie. Sólo ante la Cordillera. Un "micro" tiene que pasar procedente de Chascas a eso de las cuatro por el puesto de entrada al parque. Puedo tomarlo cuando lo vea venir, en cualquier punto del camino, no hay problema.
La quebrada Ucla es un valle glaciar de libro, con su típica forma de artesa. Los glaciares laterales están a tiro de piedra, casi siento que los puedo tocar, una simple trepadita de 500 ó 600 metros de desnivel y serían míos, pero voy con el tiempo justo y hoy no toca. La quebrada está orientada de oeste a este, y los glaciares bajan más en la ladera sur. Claro, chavales: estamos en el hemisferio sur, y las exposiciones meridionales son aquí la "umbría"... Por cierto, todavía no he mirado lo del giro del agua en el desagüe (lo miro esta noche, Santi).
Lo que he visto hoy ha sido el piso de bosque relicto de quenual (Polylepis sericea), que es lo más que da el piso forestal en la vertiente occidental de la Cordillera Blanca, que es la seca (los vientos húmedos vienen de la Amazonía en los Andes; las caras occidentales, que miran a la costa pacífica, son muy secas). Consigo reconocer unas quince o veinte especies arbustivas, todas en flor. Géneros del hemisferio sur o de las Américas, algunos ya los conocía, pero también algunos conocidos allá (Senecio, Berberis). Fauna se ve poca. Veo algo así como un pícido, como un pito real, pero más grande, amarillo y negro, y con una pose distinta, más erguida. Veo también un picaflor completamente negro libando en florecillas tubulares rojas que no acierto a encasillar. Veo algún otro pajarillo de montaña, de tonos parduzcos, y un par de cosas blancas con apariencia de gansos o por ahí. Además de algo parecido a un cuervo. El cóndor de momento sólo lo he visto disecado en el Museo de Historia Natural de Lima...
He visto...
He visto gente en el campo trabajando al sol. He visto recoger la mies a mano en pedazos de cien por cien metros. He visto campos de cereal en laderas de cosecha imposible. He visto casas de adobe aún chorreando, y otras, viejas, con suelo de tierra, sin pintura en ningún punto, sin ventanas. He visto romper la tierra con la sola fuerza humana, y me han hablado en primera mano de la taclla, cuyo origen se pierde en Inti y en Quilla. He visto, humanidad amontonada en la "combi", una niñita de no más de un metro; pelo azabache y la carita sucia; la carita más linda que he visto en mi vida. Mientras se apretuja, ya no hay asientos, se aferra a mi brazo, y mientras juguetea con mi vello, clava en los míos sus tremendos ojos negros. Me cuenta que su papasito ha comprado un gallo. Que es blanco. Que los nenitos que van con ellos no son sus hermanos, que son sus primos. Que también tienen cerdos y gallinas. Que se baja. Los demás seguimos en humanidad, apretujados. La gente sube y baja. Las calles son polvo.
Hoy he visto la pobreza. Hoy he visto la carita más feliz que recuerdo.
Hoy he visto la pobreza. Hoy he visto la carita más feliz que recuerdo.
26 julio, 2006
Mi primera noche con una peruana
El autobús que lleva a Huaraz es infernal. Al principio, todo iba bien. Reservé un asiento en cabecera viendo que estaban los cuatro (dos de cada fila) libres. Y al montar en la estación de autobuses, veo que sólo se llena la mitad, con lo que me quedo sólo con dos asientos. Cuando ya me estoy frotando las manos, descubro mi error. Antes de salir del área metropolitana de Lima ya hemos hecho cuatro o cinco paradas para recoger gente. Y seguimos parando en otras localidades hasta que, naturalmente, todo el autobús se llena.
Sin embargo no todo son desventajas. En la estación de autobuses habían montado peruanos con apariencia de clase media, además de cuatro o cinco extranjeros, contándome a mí mismo. Pero en las demás paradas, empieza a subir gente de toda condición. Y enseguida aparecen las mamasitas.
Por acá, a las señoras de cierta edad se les trata así, de "mamasita", como apelativo entre cariñoso y de respeto. Yo lo sabía "de los libros", pero al subir esas señoras al autobús, el encargado se dirige a ellas en ese término. Inmediatamente, me quedo prendado de ellas. Todas llevan su fardo, su mercadería no más unas, otra un niño, a la espalda, envuelto en un gran pañuelo. Después he visto en Huaraz (léase "Huarás") que la mercancía también se puede llevar en el pañuelo a la espalda.
Son señoras orondas, mucho más voluminosas que la tipología que he acostumbrado a ver en la capital. De rasgos indianos increíbles y, a mi parecer, tremendamente atractivos, considerando su edad. Con su sombrero encopetado típico peruano, de hojas de palma. Con su falda ancha, acorde a sus anchas caderas, y su indumentaria, de colores vivos, en varias capas. Gente del campo, con ropa humilde y aroma sencillo. Las dos primeras que suben al autobús, y que atrapan mi atención como un imán (no he visto nada parecido en Lima), vienen hablando en una lengua ininteligible que, razonablemente, sólo puede ser quechua. Con lo cuál, mi éxtasis llega ya al techo.
Las dos primeras mamasitas se sientan en los asientos libres a mi lado. Acomodan sus bultos, resultando un conjunto compacto de dos cuerpos y dos grandes paquetes sin que quepa un alfiler en el espacio de los dos asientos. La gente se va sentando por la parte de atrás. El autobús se va llenando. Yo estoy pensando que, si se ha de sentar alguien al lado, que sea una mamasita. Una de ellas duda, se adelanta, vuele atrás. Al final, ve que no le queda más remedio. Se sienta a mi lado. La acojo con una sonrisa. El autobús entero está dormitando, debe de ser la una de la mañana ya. Ella acomoda el respaldo, se empaqueta, maniobra que consiste en envolverse las piernas con una de las mantas o pañuelos que componen su vestimenta, se termina de abrigar y apoya su cabeza, cerrando los ojos. Yo empiezo a sentir, de repente, que me sobran las piernas. Hasta ese momento, podía cruzarlas a la izquierda. Ahora no. El asiento está diseñando con conciencia de tortura, de manera que no está lo suficientemente lejos de la pared de metal y vidrio que me separa de los conductores como para estirar las piernas, ni lo suficientemente cerca como para apoyar las rodillas y sujetar las piernas. Lo intento todo. Repanchingarme hasta el dolor de lumbares para subir las rodillas al cristal. Apoyar los pies en la pared de delante. Nada. Las piernas acaba por quedar colgando, hacia los lados. Es horrible. Si tuviera una sierra me las cort... o... si tuviera una manta, ¡me las envolvía! Me quito el forro. Me envuelvo las piernas con él. Efectivamente, ¡funciona! Pero estamos subiendo a los Andes, chaval. Y no contabas con tener que sujetarte las piernas. ¡Hace un frío del carajo! Me arrebujo, y aguanto. El autobús se detiene un par de veces desde la última parada para recoger gente. En una de las detencines "higiénicas", no aguanto más y bajo a estirar las piernas. Todos meamos en amor y compañía. Mientras meo, la colilla encogida por el relente andino, logro identificar de refilón las matas de ichu (Stipa ichu), la comida de las llamas. Me guardo la cosa. Las señoras mean agachándose simplemente, cubiertas por los faldones. Me pregunto ¿llevarán bragas? Subimos todos. Llegamos a Huaraz a las seis de la mañana. Al final, las piernas ya no son mías. Ni la columna, ni el cuello, ni los riñones, ni... Nueve horas de viaje. Y ya puedo decir que he pasado mi primera noche con una peruana. Ella incluso puede decir que ha dormido con un español. Por que lo que es el que suscribe, no he pegado ni ojo...
Sin embargo no todo son desventajas. En la estación de autobuses habían montado peruanos con apariencia de clase media, además de cuatro o cinco extranjeros, contándome a mí mismo. Pero en las demás paradas, empieza a subir gente de toda condición. Y enseguida aparecen las mamasitas.
Por acá, a las señoras de cierta edad se les trata así, de "mamasita", como apelativo entre cariñoso y de respeto. Yo lo sabía "de los libros", pero al subir esas señoras al autobús, el encargado se dirige a ellas en ese término. Inmediatamente, me quedo prendado de ellas. Todas llevan su fardo, su mercadería no más unas, otra un niño, a la espalda, envuelto en un gran pañuelo. Después he visto en Huaraz (léase "Huarás") que la mercancía también se puede llevar en el pañuelo a la espalda.
Son señoras orondas, mucho más voluminosas que la tipología que he acostumbrado a ver en la capital. De rasgos indianos increíbles y, a mi parecer, tremendamente atractivos, considerando su edad. Con su sombrero encopetado típico peruano, de hojas de palma. Con su falda ancha, acorde a sus anchas caderas, y su indumentaria, de colores vivos, en varias capas. Gente del campo, con ropa humilde y aroma sencillo. Las dos primeras que suben al autobús, y que atrapan mi atención como un imán (no he visto nada parecido en Lima), vienen hablando en una lengua ininteligible que, razonablemente, sólo puede ser quechua. Con lo cuál, mi éxtasis llega ya al techo.
Las dos primeras mamasitas se sientan en los asientos libres a mi lado. Acomodan sus bultos, resultando un conjunto compacto de dos cuerpos y dos grandes paquetes sin que quepa un alfiler en el espacio de los dos asientos. La gente se va sentando por la parte de atrás. El autobús se va llenando. Yo estoy pensando que, si se ha de sentar alguien al lado, que sea una mamasita. Una de ellas duda, se adelanta, vuele atrás. Al final, ve que no le queda más remedio. Se sienta a mi lado. La acojo con una sonrisa. El autobús entero está dormitando, debe de ser la una de la mañana ya. Ella acomoda el respaldo, se empaqueta, maniobra que consiste en envolverse las piernas con una de las mantas o pañuelos que componen su vestimenta, se termina de abrigar y apoya su cabeza, cerrando los ojos. Yo empiezo a sentir, de repente, que me sobran las piernas. Hasta ese momento, podía cruzarlas a la izquierda. Ahora no. El asiento está diseñando con conciencia de tortura, de manera que no está lo suficientemente lejos de la pared de metal y vidrio que me separa de los conductores como para estirar las piernas, ni lo suficientemente cerca como para apoyar las rodillas y sujetar las piernas. Lo intento todo. Repanchingarme hasta el dolor de lumbares para subir las rodillas al cristal. Apoyar los pies en la pared de delante. Nada. Las piernas acaba por quedar colgando, hacia los lados. Es horrible. Si tuviera una sierra me las cort... o... si tuviera una manta, ¡me las envolvía! Me quito el forro. Me envuelvo las piernas con él. Efectivamente, ¡funciona! Pero estamos subiendo a los Andes, chaval. Y no contabas con tener que sujetarte las piernas. ¡Hace un frío del carajo! Me arrebujo, y aguanto. El autobús se detiene un par de veces desde la última parada para recoger gente. En una de las detencines "higiénicas", no aguanto más y bajo a estirar las piernas. Todos meamos en amor y compañía. Mientras meo, la colilla encogida por el relente andino, logro identificar de refilón las matas de ichu (Stipa ichu), la comida de las llamas. Me guardo la cosa. Las señoras mean agachándose simplemente, cubiertas por los faldones. Me pregunto ¿llevarán bragas? Subimos todos. Llegamos a Huaraz a las seis de la mañana. Al final, las piernas ya no son mías. Ni la columna, ni el cuello, ni los riñones, ni... Nueve horas de viaje. Y ya puedo decir que he pasado mi primera noche con una peruana. Ella incluso puede decir que ha dormido con un español. Por que lo que es el que suscribe, no he pegado ni ojo...
25 julio, 2006
Eddie... y adiós a Lima
Eddie es de New Jersey y de origen puertoriqueño. Se ha dirigido a mí mientras tomaba un café en la Plaza Mayor, en inglés, como siempre, pero yo le he contestado en español al ver que no podía ser guiri. Resultado: un tequila con nosequé y dos piscos sour (cada uno), todos de "tamaño ración", antes de las seis y media de la tarde.
Él ha estado ya dos veces en Perú. En esta ocasión lleva en Lima, que casualidad, un día más que yo. Naturalmente, no son las únicas cosas que nos unen. De momento, sigue en Lima, y tal vez vaya hacia el Cusco. Yo tengo ya billete de autobús a Huaraz para hoy a las nueve de la noche (dentro de dos horas), luego, es el sino del viajero, nuestros caminos se separan. Pero hemos guardado nuestros correos electrónicos, por si se cruzan más adelante. Puede que mañana o puede que dentro de años. Quién sabe.
Parto hacia el norte, ocho horas de autobús hasta Huaraz. He decidido empezar por lo grande: el parque nacional Huascarán y las cordilleras Blanca y Negra, en los Andes occidentales. Me ha costado varios días conseguir la información y, sobre todo, la bibliografía que quería (el texto del profesor Ferreyras, sobre la vegetación del Perú), incluidas las últimas 24 horas para que las, por lo demás, amables señoras de la biblioteca del Museo de Historia Natural me fotocopiasen el ejemplar (ya agotado, naturalmente), pero ya tengo todo. Se puede decir que, a partir de este momento, a las nueve de la noche en Lima, empieza verdaderamente el viaje...
Él ha estado ya dos veces en Perú. En esta ocasión lleva en Lima, que casualidad, un día más que yo. Naturalmente, no son las únicas cosas que nos unen. De momento, sigue en Lima, y tal vez vaya hacia el Cusco. Yo tengo ya billete de autobús a Huaraz para hoy a las nueve de la noche (dentro de dos horas), luego, es el sino del viajero, nuestros caminos se separan. Pero hemos guardado nuestros correos electrónicos, por si se cruzan más adelante. Puede que mañana o puede que dentro de años. Quién sabe.
Parto hacia el norte, ocho horas de autobús hasta Huaraz. He decidido empezar por lo grande: el parque nacional Huascarán y las cordilleras Blanca y Negra, en los Andes occidentales. Me ha costado varios días conseguir la información y, sobre todo, la bibliografía que quería (el texto del profesor Ferreyras, sobre la vegetación del Perú), incluidas las últimas 24 horas para que las, por lo demás, amables señoras de la biblioteca del Museo de Historia Natural me fotocopiasen el ejemplar (ya agotado, naturalmente), pero ya tengo todo. Se puede decir que, a partir de este momento, a las nueve de la noche en Lima, empieza verdaderamente el viaje...
El Callao y el cebiche
El Callao es la zona portuoria de Lima. Bueno, en realidad, Lima es una cosa y el Callao otra. Son distintas municipalidades, como dicen acá. Como lo son Miraflores, Barranco, La Molina,... Muchas ciudades en una, como Roma con sus colinas. Y cada una con su alcalde propio. ¿Os imagináis un alcalde en Santa María, otro en La Alameda, otro en las Travesañas... y otro en el paseo de Las Cruces? Bien, no sigáis, que ya veo que os lo imagináis.
El Callao es un conjunto de casas en orden inexistente. Ningún encanto pesquero. Sólo hay de interés un fuerte de esos con los que fuimos engalanando los españoles cada puerto cuando fuimos fundando ciudades en el "nuevo mundo", y que después sirvió para repeler a los chilenos en el caso este, parece ser. Hay que decir que el del Callao no dice mucho; tiene, por ejemplo, muchísmo menos encanto que "el morro" del viejo San Juan, en Puerto Rico.
La cuestión es que yo quería comer cebiche en el puerto, pero no ha podido ser: no hay lugares de interés para ello. O, mejor dicho, con el suficiente interés como para que compense el tener que andar con mil ojos. Y es que, como decía más abajo, el Callao es de "sujetarse los machos". Juan, el taxista, me había recomendado una calle llena de cebicherías fuera del Callao. Y al final, le he dicho que me llevara allí. ¡Cómo me voy a ir de Lima sin probar el cebiche!
El cebiche es el plato nacional de Perú. Consiste en pescado crudo aderezado con limón (lo que nosotros llamamos lima, que casualidad) y ají (picante de pimiento). No está mal. Naturalmente, no he podido con todo: por 22 soles, incluida una cerveza, me han plantao un plato como para tres. Así son las cosas en este país. Sin alguna vez caéis por Lima: C/ Rosa Toro, en la Urbanización San Luis. No es el puerto, pero en el restaurante "El Molino" comes rodeado de nacionales, nada de guiris (salvo uno mismo, claro), y cuando la gente deja de mirarte según entras, ya estás como en casa.
Pero con todo lo mejor ha sido la carrera con Juan. Más de media hora entre ir al Callo desde el centro y volver a Rosa Toro. Apasionado por su país, me ha puesto al día de los tiempos de Fujimori, "el chino". Naturalmente, la percepción que tenemos desde Europa de su paso por el gobierno nada tiene que ver con lo que me ha contado Juan. Según él, si le dejan volver a postular o presentarse a las elecciones, en estas últimas que ha habido arrasa. Pero tiene sanción por diez años auspiciada "por sus enemigos", es decir, los políticos actuales, fundamentada jurídicamente en que "abandonó el cargo", cuando lo que hizo fue renunciar y adelantar las elecciones ante el escándalo de la "mano ligera" de uno de sus asesores (un gesto que, si se mira bien y sin más datos, le honra). El Chino acabó con el Sendero e inició el comienzo del cambio económico en el Perú, y, según Juan, fue el mejor presidente que ha tenido su país. Añade que en provincias (como dicen acá) la percepción de Fujimori es aún mejor ya que antes de él el ejército asesinaba campesinos a la segunda pregunta acerca de "dónde están los terroristas", mientras que con él el campesino se tenía como un colaborador verdadero. Habrá ocasión de comprobar todo esto al moverse por los Andes. Y, naturalmente, no olvido la opinión de Sabino: "emparedados" entre dos fuerzas (Sendero/ejército).
El Callao es un conjunto de casas en orden inexistente. Ningún encanto pesquero. Sólo hay de interés un fuerte de esos con los que fuimos engalanando los españoles cada puerto cuando fuimos fundando ciudades en el "nuevo mundo", y que después sirvió para repeler a los chilenos en el caso este, parece ser. Hay que decir que el del Callao no dice mucho; tiene, por ejemplo, muchísmo menos encanto que "el morro" del viejo San Juan, en Puerto Rico.
La cuestión es que yo quería comer cebiche en el puerto, pero no ha podido ser: no hay lugares de interés para ello. O, mejor dicho, con el suficiente interés como para que compense el tener que andar con mil ojos. Y es que, como decía más abajo, el Callao es de "sujetarse los machos". Juan, el taxista, me había recomendado una calle llena de cebicherías fuera del Callao. Y al final, le he dicho que me llevara allí. ¡Cómo me voy a ir de Lima sin probar el cebiche!
El cebiche es el plato nacional de Perú. Consiste en pescado crudo aderezado con limón (lo que nosotros llamamos lima, que casualidad) y ají (picante de pimiento). No está mal. Naturalmente, no he podido con todo: por 22 soles, incluida una cerveza, me han plantao un plato como para tres. Así son las cosas en este país. Sin alguna vez caéis por Lima: C/ Rosa Toro, en la Urbanización San Luis. No es el puerto, pero en el restaurante "El Molino" comes rodeado de nacionales, nada de guiris (salvo uno mismo, claro), y cuando la gente deja de mirarte según entras, ya estás como en casa.
Pero con todo lo mejor ha sido la carrera con Juan. Más de media hora entre ir al Callo desde el centro y volver a Rosa Toro. Apasionado por su país, me ha puesto al día de los tiempos de Fujimori, "el chino". Naturalmente, la percepción que tenemos desde Europa de su paso por el gobierno nada tiene que ver con lo que me ha contado Juan. Según él, si le dejan volver a postular o presentarse a las elecciones, en estas últimas que ha habido arrasa. Pero tiene sanción por diez años auspiciada "por sus enemigos", es decir, los políticos actuales, fundamentada jurídicamente en que "abandonó el cargo", cuando lo que hizo fue renunciar y adelantar las elecciones ante el escándalo de la "mano ligera" de uno de sus asesores (un gesto que, si se mira bien y sin más datos, le honra). El Chino acabó con el Sendero e inició el comienzo del cambio económico en el Perú, y, según Juan, fue el mejor presidente que ha tenido su país. Añade que en provincias (como dicen acá) la percepción de Fujimori es aún mejor ya que antes de él el ejército asesinaba campesinos a la segunda pregunta acerca de "dónde están los terroristas", mientras que con él el campesino se tenía como un colaborador verdadero. Habrá ocasión de comprobar todo esto al moverse por los Andes. Y, naturalmente, no olvido la opinión de Sabino: "emparedados" entre dos fuerzas (Sendero/ejército).
23 julio, 2006
Los taxistas de Lima
Los taxistas son lo mejor de la ciudad. Probablemente sean los conductores mejores del mundo. O los más osados. O los que tienen más morro (literal: el del coche, que lo meten antes que nadie). Supongo que el tráfico de Lima los selecciona de forma natural. Pero lo mejor es que son la fuente de información más importante e intensa que se puede uno echar a la cara en esta "Ciudad de los Reyes".
Se suele tratar de personas encantadoramente amables, buenos conversadores y especialmente dados a intercambiar opiniones. He hablado con ellos de todo, desde política, hasta economía, deportes, mujeres (claro, son taxistas)... Recuerdo con cariño una conversación intensísima de diez minutos (lo que duró la carrera) en la que desgranamos la política internacional como si de una autopsia se tratara. Sabino, que tuvo que huir de Ayacucho cuando Sendero Luminoso porque "estabamos emparedados" entre el sendero y el ejército y "había que correr", me sorprendió con su clasificación de las guerras: o derivan de la injusticia social (la civil encubierta de Perú, la del Sendero) , o son territoriales (Oriente Medio), o son simplemente políticas (la nuestra, con ETA). No digo el valor que le doy a esta opinión viniendo de quién, como Neruda, podría confesar que ha vivido...
Se suele tratar de personas encantadoramente amables, buenos conversadores y especialmente dados a intercambiar opiniones. He hablado con ellos de todo, desde política, hasta economía, deportes, mujeres (claro, son taxistas)... Recuerdo con cariño una conversación intensísima de diez minutos (lo que duró la carrera) en la que desgranamos la política internacional como si de una autopsia se tratara. Sabino, que tuvo que huir de Ayacucho cuando Sendero Luminoso porque "estabamos emparedados" entre el sendero y el ejército y "había que correr", me sorprendió con su clasificación de las guerras: o derivan de la injusticia social (la civil encubierta de Perú, la del Sendero) , o son territoriales (Oriente Medio), o son simplemente políticas (la nuestra, con ETA). No digo el valor que le doy a esta opinión viniendo de quién, como Neruda, podría confesar que ha vivido...
Ayer, cuando me iba a la cama, acabé de copas con uno de estos conductores de las calles y de la vida. César es un taxista de unos treinta y tantos que pertenece a uno de los tipos que he podido reconocer en su profesión: el que podemos llamar "háblame de España" . Podríamos reconocer otros tres o cuatro tipos en el gremio, a saber: "yo te cuento de acá", "fútbol y tiempo atmosférico" y "mudo". Por fortuna el tipo "mudo" es el menos frecuente con diferencia, y curiosamente correspondiente casi siempre a los más jóvenes.
A César le gustaría venir a España a prosperar. De momento, ya cuenta con un teléfono y un amigo en Sigüenza.
Las tres Limas
Lima es, por lo menos, tres mundos en uno. Por un lado, el centro histórico, todo mugre y ruido, con las fachadas de las casas coloniales que dejamos los españoles salpicadas aquí y allá y las iglesias y todo eso. Eso sí, sólo en pie lo que sobrevive a los distintos terremotos que ha habido en la historia; todo lo demás son edificios más nuevos y sin encanto (algo así como la calle Desengaño de Madrid, pero con trazo algo más ancho). A mí, que la arquitectura colonial me parece pelín recargada (otros dirán que hortera), pues como que no me va mucho, aunque el ambiente de bajo fondo contenido está "bastante logrado", digamos... (hay policía por todos los sitios, con lo que uno se siente seguro... sin perder de vista el bolso, claro). El convento de San Francisco, colonial perdido, sin embargo sí que sorprende al entrar en su plaza, llenísima de palomas. Es un edificio imponente con una sillería "almohadillada" que llama la atención, dicen que de influjo mozárabe.
El segundo mundo son los barrios limítrofes con el océano, con la excepción de la zona portuoria (el Callao). Se trata de la pijería, digámoslo así. Es la zona más segura de Lima, todo con cámaras de vigilancia en casi todas las calles, con control las 24 h (y grandes carteles azules prendidos de las farolas que te indican que sigues en zona segura). Pero no os creáis que es como el barrio de Salamanca (ni muchísimo menos). Más bien se parece a las partes residenciales "normales" de la periferia de Madrid, por aquello de que no hay casas antiguas, con la excepción del paseo al lado del Pacífico, ajardinado y muy agradable, casi Marbella, vamos. En Miraflores, uno de los barrios pijos, hay una calle que llaman la "calle de las Pizzas" que concentra parte del ambiente nocturno de Lima. Hoy he comido allí y, por cierto, he conocido a una holandesa errante y solitaria... Toca esta noche (la calle de las Pizzas, no la holandesa, mal pensados...)
Por último, estaría el resto (tal vez con la excepción de los extrarradios más externos, casi chabolistas). El resto es una gran maraña de cables, baches, tráfico caótico, casas bajas de fachadas sucias, aceras a medias, en fin, no sigo, os podéis imaginar. Lo he recorrido en taxi varias veces para ir de un sitio a otro y andando en zonas intermedias con los dos mundos anteriores. De hecho, el hotel en el que estoy ahora (me fui de Miraflores, en lo pijo, por que no me aportaba nada) está a caballo entre el centro y esta zona "todo lo demás", en la llamada plaza Bolognesi, que no está dedicada a los espageti, sino a un coronel o algo así de la guerra con Chile. Uno se hace al ambiente sórdido, no os creáis. Y la gente es gente en todos los sitios: de eso no me cabe la más mínima duda.
El segundo mundo son los barrios limítrofes con el océano, con la excepción de la zona portuoria (el Callao). Se trata de la pijería, digámoslo así. Es la zona más segura de Lima, todo con cámaras de vigilancia en casi todas las calles, con control las 24 h (y grandes carteles azules prendidos de las farolas que te indican que sigues en zona segura). Pero no os creáis que es como el barrio de Salamanca (ni muchísimo menos). Más bien se parece a las partes residenciales "normales" de la periferia de Madrid, por aquello de que no hay casas antiguas, con la excepción del paseo al lado del Pacífico, ajardinado y muy agradable, casi Marbella, vamos. En Miraflores, uno de los barrios pijos, hay una calle que llaman la "calle de las Pizzas" que concentra parte del ambiente nocturno de Lima. Hoy he comido allí y, por cierto, he conocido a una holandesa errante y solitaria... Toca esta noche (la calle de las Pizzas, no la holandesa, mal pensados...)
Por último, estaría el resto (tal vez con la excepción de los extrarradios más externos, casi chabolistas). El resto es una gran maraña de cables, baches, tráfico caótico, casas bajas de fachadas sucias, aceras a medias, en fin, no sigo, os podéis imaginar. Lo he recorrido en taxi varias veces para ir de un sitio a otro y andando en zonas intermedias con los dos mundos anteriores. De hecho, el hotel en el que estoy ahora (me fui de Miraflores, en lo pijo, por que no me aportaba nada) está a caballo entre el centro y esta zona "todo lo demás", en la llamada plaza Bolognesi, que no está dedicada a los espageti, sino a un coronel o algo así de la guerra con Chile. Uno se hace al ambiente sórdido, no os creáis. Y la gente es gente en todos los sitios: de eso no me cabe la más mínima duda.
Datos prácticos para Lima
Comer y vivir es barato. Comer sentado, 6 a 20 soles (4 soles = 1 euro), pero la comida es demasiado copiosa aunque se pida un solo plato. Creo que hasta estoy engordando... (¡pardiez!) (de todas maneras ya llegará la sierra con las rebajas). Hay comida rápida y puestos callejeros con cosas ricas por todos los sitios. Por menos de cinco soles comes de sobra en ese plan. Así pues, a partir de mañana, comida ligera. Lo juro. Aunque ahora que lo pienso, aún no he probado el cebiche (pescado crudo, marinado, plato nacional). Y me han dicho de un sitio "chupi" con vistas al Pacífico... Uhhm, habrá que esperar a pasado mañana para según que planes.
Dormir, desde 10 soles si se va de cutre de verdad; para ir de "simplente cutre", unos 25 a 30. A veces con baño propio y todo (otras compartido). Yo estoy por 36 con baño propio en un hostal absolutamente surrealista, en una casa de "estilo colonial", por decir algo, entrada y escalera de madera y demás. Me encanta. Está perfectamente limpio, aunque no nuevo, por supuesto (luego no reluce), y en una habitación oscura (¡debajo de la escalera!). Pero lo mejor es el anfitrión, absolutamente servicial, amable y conversador, que vale su peso en oro. Hostal de las Artes, por si algún día caéis. Aunque no apto para pusilánimes: el barrio quita pelín el hipo (al llegar, luego se pasa...) Dato práctico final para el dormir: nunca olvidarse los tapones de los oídos para venir a Lima...
El desplazamiento en Lima es mejor hacerlo en taxi o en zapatilla. Las rutas de los pequeños autobuses (las "combis") , que abundan como setas, son demasiado crípticas para mí (no hay mapas: sólo el nombre de los barrios de inicio y final en el frontal del autobús) y, lo más que he pagado en taxi por ir casi de punta a punta de la ciudad (casi 10 mill de habitantes bastante desparramaos), han sido 10 soles (2.5 euros). En fin, que no merece la pena calentarse los cascos con complicaciones. Sobre todo si, con el servicio, viene el taxista, personaje limeño espectacular, que se merece otra entrada en el cuaderno...
Si alguna vez venís a Lima no os perdáis: el centro, el Museo Nacional de Arqueología (fundamental), paseo marítimo, y, al amante de la naturaleza, el museo de historia natural (sobre todo para el que sienta nostalgia de los antiguos museos de ciencias, como era el de Madrid antes de que lo transformara Walt-Disney; éste de Lima es una reminiscencia total, en decrépito supino, polvo y mugre incluidos; encantador). Dicen que también hay un zoo, pero me parece que voy a pasar (me lo estoy imaginando, vamos). Como de las "huacas", o pirámides ceremoniales, de las que está lleno el país, pertenecientes a las distintas culturas precolombinas (al fin y al cabo la cultura Lima fue una de las menores: me reservo para el norte, con los Moches, Chimúes y demás panda).
Me gustaría ver el barrio del puerto, o sea, el Callao, aunque todos dicen que es de "agarrarse los machos", pero mañana toca visita a la biblioteca del herbario de la universidad, con ayuda de los contactos que he hecho, antes de partir a recorrer el país, probablemente pasado mañana. Esta vida consiste en una elección permanente...
Dormir, desde 10 soles si se va de cutre de verdad; para ir de "simplente cutre", unos 25 a 30. A veces con baño propio y todo (otras compartido). Yo estoy por 36 con baño propio en un hostal absolutamente surrealista, en una casa de "estilo colonial", por decir algo, entrada y escalera de madera y demás. Me encanta. Está perfectamente limpio, aunque no nuevo, por supuesto (luego no reluce), y en una habitación oscura (¡debajo de la escalera!). Pero lo mejor es el anfitrión, absolutamente servicial, amable y conversador, que vale su peso en oro. Hostal de las Artes, por si algún día caéis. Aunque no apto para pusilánimes: el barrio quita pelín el hipo (al llegar, luego se pasa...) Dato práctico final para el dormir: nunca olvidarse los tapones de los oídos para venir a Lima...
El desplazamiento en Lima es mejor hacerlo en taxi o en zapatilla. Las rutas de los pequeños autobuses (las "combis") , que abundan como setas, son demasiado crípticas para mí (no hay mapas: sólo el nombre de los barrios de inicio y final en el frontal del autobús) y, lo más que he pagado en taxi por ir casi de punta a punta de la ciudad (casi 10 mill de habitantes bastante desparramaos), han sido 10 soles (2.5 euros). En fin, que no merece la pena calentarse los cascos con complicaciones. Sobre todo si, con el servicio, viene el taxista, personaje limeño espectacular, que se merece otra entrada en el cuaderno...
Si alguna vez venís a Lima no os perdáis: el centro, el Museo Nacional de Arqueología (fundamental), paseo marítimo, y, al amante de la naturaleza, el museo de historia natural (sobre todo para el que sienta nostalgia de los antiguos museos de ciencias, como era el de Madrid antes de que lo transformara Walt-Disney; éste de Lima es una reminiscencia total, en decrépito supino, polvo y mugre incluidos; encantador). Dicen que también hay un zoo, pero me parece que voy a pasar (me lo estoy imaginando, vamos). Como de las "huacas", o pirámides ceremoniales, de las que está lleno el país, pertenecientes a las distintas culturas precolombinas (al fin y al cabo la cultura Lima fue una de las menores: me reservo para el norte, con los Moches, Chimúes y demás panda).
Me gustaría ver el barrio del puerto, o sea, el Callao, aunque todos dicen que es de "agarrarse los machos", pero mañana toca visita a la biblioteca del herbario de la universidad, con ayuda de los contactos que he hecho, antes de partir a recorrer el país, probablemente pasado mañana. Esta vida consiste en una elección permanente...
21 julio, 2006
La garúa
En España, que debemos de ser menos poetas, la llamamos "niebla meona", pero aquí, en Lima, la llaman "garúa", que suena casi triste. La cosa es que la corriente de Humboldt recorre la costa pacífica de América del Sur portando aguas frías antárticas desde la Tierra del Fuego hasta casi Ecuador, y, así, con ella, las brisas costeras se condensan en invierno, formando nubes y nieblas que alimentan de precipitaciones ocultas el desierto costero Chileno-Peruviano, por lo demás uno de los más secos del mundo. Esto lo he explicado en clase montones de veces, por lo que me resulta aún más emocionante pasar de la teoría a la práctica.
Dicen que Lima en invierno, con su garúa, deprime al viajero. Aunque puedo asegurar que yo, por el momento, no he notado nada.
Dicen que Lima en invierno, con su garúa, deprime al viajero. Aunque puedo asegurar que yo, por el momento, no he notado nada.
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