20 agosto, 2006

Atracado en Puerto Maldonado

Atracado en Puerto Maldonado, domingo, y nada que hacer. La práctica totalidad de los comercios están cerrados, y en las horas centrales del día las calles parecían las de una ciudad fantasma. Ahora, a las ocho de la noche, tan sólo algunos restaurantes y los sitios de internet están abiertos. Por falta de reflejos me cerraron también las agencias de viajes, que estaban abiertas cuando aterricé, pero que han permanecido cerradas por la tarde. He visitado la zona portuaria y Marcelino, barquero local, me ha ofrecido sus servicios de barco-taxi aguas abajo del Madre de Dios para visitar el Lago Sandoval, que está en medio de un fragmento de selva más o menos bien conservada según las guías. El problema es que me pide cien dólares, precio que me parece excesivo por doce kilómetros de río y otros tantos de vuelta (incluso el pasaje aéreo Lima-Cusco cuesta menos). Éste es un problema al que me estoy enfrentando de continuo por el hecho de viajar solo: si fueramos más, el precio del alquiler del barco seguiría siendo el mismo y se repartiría entre el número de compañeros de viaje. En fin, así son las cosas.

De cualquier forma no es el lago Sandoval lo que más me interesa de esta zona. Me gustaría ver sobre todo la margen derecha del río Tambopata y la zona de reserva que lleva su mismo nombre. Mañana, como he hecho en otros sitios, iré temprano a las oficinas del INRENA (el equivalente al antiguo ICONA de España; son los que gestionan los espacios naturales del país) a que me den información profesional de primera mano. Después decidiré: tengo dos días completos (si contamos sólo las horas de luz) hasta mi cita de pasado mañana con Alberto, Fernando y panda. Después de esa cita no sé lo que me depara el destino.

Puerto Maldonado es una ciudad de colonización de selva que, urbanísticamente hablando, carece del más mínimo interés (con perdón de los puertomaldonadenses). Es el típico destartalamiento, aquí con mucha madera, como ocurre en toda la selva, tejados de chapa y demás. Está claro que ya hemos salido del oasis arquitectónico que supone el Cusco. Ocurre que el destartalamiento en la selva es como si se tolerase más. Parece como si la sucesión de casas de una o dos plantas, todas distintas, todas iguales, remedase de alguna manera la propia repetición inexacta de los árboles de la selva. En el paraíso de la diversidad el destartalamiento no se percibe como heterogeneidad. Es la homogeneidad de lo heterogéneo, como diría el amigo Gustavo.

El río Madre de Dios es un río amazónico de estos anchísimos, quizá alrededor del kilómetro en la zona del puerto. Sus aguas son barrosas, siempre removidas por las frecuentes lluvias, y están permanentemente surcadas por barcazas de fondo plano y por botes diversos de configuración variopinta. En la zona del puerto desemboca el Tambopata y en la orilla opuesta de este tributario se observa un fragmento de selva que tiene muy buena pinta. Tal vez mi objetivo se pueda cumplir sin más que cruzar el río (en barco, no en katiuscas, claro), pero aún así tengo que ir al INRENA a por los permisos.

Lo más interesante de Puerto Maldonado quizá sea su mercado, no muy grande pero jugoso. Sobre todo por el colorido, como no, de sus puestos de frutas tropicales. Hoy he dado un paseo rápido y he visto cuatro o cinco tipos de fruta que aún no conozco. Pero no me he entretenido en hacer pregunas, estaba algo cansado y me he ido a reposar un poco al hotel (noches de mucho vísperas de poco, ya sabéis). Otro día vuelvo más despacio.

Deambulando por las calles, observando los árboles, algunos tremendos, que crecen en los improvisados jardines privados de la ciudad, he reconocido el árbol del anacardo o marañón, como creo que lo llaman por acá. Tanto me ha llamado la atención que he querido comprobar a qué sabía una almendra de anacardo cuando aún está verde. Pues bien, os recomiendo que, ante la misma ocurrencia, nunca hagáis lo mismo. Al principio no noté nada, pero poco a poco he empezado a sentir un fuego acre en los labios y boca (menos mal que sólo he mordido una esquinita, aunque creo que lo que me ha irritado es el jugo del fruto verde); todavía tengo el labio superior entumecido. En fin, una pardillada como otra cualquiera, y mejor que haya sido en la civilización que perdido por ahí en medio de una selva. Por cierto que, hablando de plantas y sus propiedades, he dado con un chamán auténtico que tiene su consultorio y todo y hace todo tipo de ritos, incluído el acompañamiento iniciático en el viaje de la ayahuasca (reconozco que me tienta, pero me gustaría más vivirlo en plena selva). También, como no, hace ceremonias de "amarre" y, por supuestísimo, elabora la pusanga con su formulación exacta y original (pusanga de grasa de bufeo, que ahora me entero que es el delfín de río, animal del que se dice que tiene senos y cuerpo de mujer y que yace con hombres en las playas). Ya sabéis, si alguien anda necesitado que me deje un mensaje y me llevo un par de litros o tres...

Bueno, son las ocho y pico y aquí no hay "kilómetros cero" ni nada que se le parezca. Supongo que acabaré en el hotel viendo la tele o leyendo ya que no concibo mecanismo plausible para que surja algo mejor. Acabo de presenciar un desfile étnico en lo que me ha parecido ver denominado como el "día mundial del folclore" o algo así, pero la verdad es que sólo iban tres o cuatro grupos de jóvenes, unos con disfraces andinos, otros al más puro estilo selvático, taparrabos y todo eso (hace dos horas que cayó la noche, pero hace el mismo calor que de día). Y con unas muchachas guapísimas. En fin, amigos: estamos otra vez en la selva...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, Julio. Acabamos de volver de una semanita de vacaciones (la de fiestas, claro; unos descastaos) y por lo que veo me voy a tener que pegar un atracón de blog de mucho cuidado. Hay que ver lo que te cunde, majo...
Te inserto aquí el comentario para que no se pierda en páginas atrasadas, aunque aún no he leído los últimos días. Me ha gustado mucho el diccionario, y los mercados... justo lo que yo quería. Veo que te traes semillitas y cosas para probar aquí. Y a mí que me daba apuro pedirte que me trajeses una papita peruana para probarla en mi huerta... Ya sabes que tienes nuestros predios a tu dispo para experimentos varios, y para probar esas recetas que te sabes!!! Que sepas que en el Alcampo venden quinua, chincha.
Seguiré leyendo lo que cuentas poco a poco, que me voy a indigestar.
Muchos besos
Beatriz

Julio dijo...

Pero que unos descastaos completos, brasevisto. Fíjate, otros nos vamos al otro lado del océano, jaja.

Diccionario tengo más (no se agota de hecho en el día a día) y estoy preparando algo sobre la comida, aunque no creas que es fácil: se aprende más comiendo en casas privadas que en restaurantes; naturalmente lo primero es la excepción. Aún así, tras un mes, creo que ya puedo hablar con algo de propiedad.

Sobre lo de llevar cosas, de hecho te iba a decir que pidáis por esa boquita, que yo llevo lo que sea (¡no me pidáis una calabaza o un melón!). Había pensado en los tomates, que hay veces que están tremendos, aunque no siempre, todo hay que decirlo (¿cojo un par de rodajas de la ensalada, tajadas dicen acá, y las seco, por ejemplo?). De papas y demás intentaré hacer acopio los últimos días en Lima para no ir arrastrando la agropecuaria regional por todo el país (bastante mochila de trastos llevo ya). Ya sabes, si hay algún antojito, se intenta satisfacer...

Lo de la quinua del Alcampo, en fin, Bea, no creerás que tomarse un plato de cualquier cosa (alpaca, cuy, gallina) a 3500 m, en plena Cordillera, con guarnición de choclo zancochado, guiso de frejoles y quinua de la chacra de al lado es comparable, jaja...

En fin, con la comida hemos topado (y yo con un caldo de un bicho de selva cuyo nombre no recuerdo en las tripas, luego os cuento). Pues eso, que no te indigestes. Besos.

Julio dijo...

Ya sé que bicho he comido hoy. Javier, mi anfitrión, lo ha llamado achuñi, que es el nombre local, "mishasho" en lengua yanesha (unos cientos de kilómetros más al norte), y más conocido como coatí (Nasua nasua), o sea, un bicho narigón más o menos pariente del mapache. Y es que aquí se comen hasta los monos, amigos (por no decir los ocelotes, que también). Mañana os cuento los dos últimos días, que estoy devorao y me voy a la disco un poco, hala.