03 agosto, 2006

La selva alta

Nunca vi un cambio de paisaje tan drástico como el que se produce entre la sierra y la selva viajando de Huánuco a Tingo María. Parece como si la raya entre los dos ecosistemas que veo dibujada en el mapa se hubiera calcado de la realidad. Uno está viendo los mismos paisajes secos que me persiguen desde Lima y de repente, pasada una curva, tras un ligero cambio de exposición, aparece la selva alta con toda su magnitud.

Entrar en la selva desde la Cordillera es como salir del hielo para encontrarse el fuego, como abandonar el polvo para dar con el barro fértil, como olvidar la austeridad para sentirse acogido en la abundancia, en la exhuberancia, en la desmesura. Hasta la gente es distinta, las caras son distintas, los cuerpos son distintos, la ropa es distinta (básicamente mucho más escasa y, por fin, desenfadada).

Durante el día de ayer visité los alrededores de Tingo María, en plena selva alta o ceja de selva, que es la selva por encima de los 600 m de altitud, en las estribaciones andinas que caen a la cuenca amazónica. Es como la selva baja o de llanura amazónica, aunque de menor estatura, con nieblas y nubes bastante persistentes (aunque hay muchas horas de sol), procedentes de la gran olla generadora de precipitación que son las tierras bajas, que hacen que la maraña de vegetación se vuelva impenetrable, cubierta de lianas, plantas epífitas colgantes a modo de líquenes y con toda la explosión de diversidad propia de los bosques tropicales húmedos.

Tingo María es una población destartalada de fundación reciente (siglo XX), pero tiene el valor de que en ella se respira el genuino ambiente selvático; incluido el cuartel de policía antinarcotráfico a la entrada de la ciudad (en los alrededores se planta la coca, no siempre legalmente). En el Parque Nacional Tingo María pude visitar, en pleno corazón selvático, la famosa cueva de los guácharos, ave que vive comiendo frutos en el dosel del bosque, pero que en la época de reproducción se reúne en grandes colonias dentro de cuevas muy concretas (no hay muchas por aquí), siendo uno de los únicos pájaros del mundo, si no el único (Marco, corrígeme), con este comportamiento. La única pega es que ahora no es tiempo de reproducción, y del guácharo ni rastro. La compensación vino en forma de bandadas de loros verdes espantadas por la silueta de una rapaz selvática (no, no era una harpía...); de multiples mariposas variopintas, incluídos varios magníficos ejemplares de Morpho de alas azules y brillantes; de la imposibilidad de poner nombre a casi ninguna planta a la vista; de la propia belleza, en fin, de la cueva y del entorno pardisíaco donde se sitúa.

Y sin embargo, la guinda estaba por llegar. Al llegar anteayer a Huánuco, pensaba viajar desde aquí a Tingo María al día siguiente y quedarme a dormir allí para emprender alguna caminata por la selva un día después. Para informarme un poco mejor, y ante el cierre de la oficina de turismo de Huánuco por obras, decidí entrar en la primera agencia de viajes que encontré. Así, a medida que la chica de la agencia me iba interrogando sobre mis preferencias, y a medida que mis ojos iban quedando atrapados en los suyos negros, comenzaba a aceptar la idea de tomar un tour introductorio a la zona de Tingo... guiado por ella, naturalmente. Mi plan era, una vez visto rápidamente todo, volver al día siguiente a ver despacio lo que más me interesara. La cuestión es que, en un día sin clientes, permanecí charlando con ella en su oficina largo rato. Quedamos cuando saliera de trabajar, cené con ella por la noche, y a las ocho partimos a Tingo María.

Ángela no sólo es guía de turismo en una agencia de Huánuco. Ella es selvática, de la región de Chanchamayo, de la comunidad indígena Pampamichi, de padres agricultores y humildes, propietarios de tierras ricas en frutales tropicales. Y es bilingüe: concretamente, su primer idioma es la lengua yanesha, que supongo una lengua del complejo idiomático guaraní. Naturalmente todo esto yo no lo sabía. Hasta que le pedí que fueramos a ver el jardín botánico de Tingo, que no entraba en el tour, antes de ver el zoológico. Si hasta entonces Ángela me había dado una explicación más o menos estándar de las cosas, estríctamente pensada para los turistas habituales, en el jardín botánico, paseando a solas entre tremendos ejemplares de cedro selvático, de palmera humiro, de herbáceas de tamaño descomunal, de monos saltando entre las ramas, Ángela mostró todo lo que verdaderamente sabe y disfruta. El jardín botánico es un conjunto desordenado de plantas de todos los tamaños y no siempre etiquetadas, hasta el punto de parecer por momentos que estás en plena selva; pero Ángela ha resultado ser un libro abierto. Con ella he aprendido que el agua del coco del humiro cura las úlceras; que la shalanca blanca pica como un demonio si se acerca la mano (es como una ortiga gigante), pero que la shalanca negra te puede matar; que la palma acuaje da un fruto con el que se preparan ricos frutos, pero que sólo los deben comer con frecuencia las mujeres ya que contiene gran abundancia de hormonas femeninas; aprendí que el pacay o huava, que el caimito, que la pomarrosa producen frutos a cuál más sabroso, pero que el del tumbo sólo contiene agua. Aprendí y vi las diferentes variedes de cacao y café, de aguacate, de piña. Con ella vi por primera vez en directo al coki, es decir la hilera de hormigas cortadoras de hoja, y ella me contó que los termiteros de los árboles son los "cría gallinas" porque, si se rompen, las gallinas picotean en los insectos, "como si comieran granos de arroz". Yo ya estaba absolutamente fascinado, y aún quedaba el zoológico. Allí vi la tremenda nutria de río amazónica, aves y monos de todos los colores y tamaños; vi al picuro en persona (roedor gigante del que, por cierto, nos comimos un "bistec" antes de ir al botánico); al perezoso de dos dedos (y me acordé de Mari); a dos o tres especies de tamandúas (bichos parecidos al perezoso y al oso hormiguero a partes iguales); al tigrillo (por allá llamado ocelote); al leopardo (por allá llamado jaguar, un magnífico macho que cortaba la respiración); etc... En todo el recorrido, Ángela me iba contando los nombres de los animales en la lengua de su tierra selvática. Volvimos a Huánuco ya entrada la noche y medio adormecidos por el día tan largo.

El autobús a Pucallpa, que era mi siguente etapa, en plena llanura amazónica, iba a salir hoy. Pero me avisaron (la dueña de la agencia de viajes, una señora muy amable) de que viajar de noche entre Tingo y Pucallpa es peligroso porque se habían dado casos recientes de asaltos a distintos vehículos. Y resulta que, por estar arreglando la carretera, sólo salen autobuses a Pucallpa de noche. Además, una vez comprobado en el terreno (aquí la única información fiable es el boca a boca, y cuanto más cerca del destino mejor), he visto que es difícil enlazar al norte desde Pucallpa (hay muchos menos vuelos en avioneta de lo que dicen las guías); prácticamente la única opción es volar a Iquitos, cosa que, al menos por ahora, no me conviene. Por lo que, tras quedarme un día más en Huánuco, he decidido volver a Lima atravesando la sierra de nuevo, no sin antes volver a tocar selva en la región de Chanchamayo (Oxapampa), e iniciar el circuito sur, rumbo al Cusco antes de lo esperado. Quizá desde allí vuele a Iquitos, o quizá me conforme con ver el Parque Nacional Manu, más o menos cercano a Cusco y reputado como el espacio natural protegido con mayor biodiversidad del mundo.

En fin, así son las cosas. El destino del vagabundo es deambular. De momento, hoy me retienen en Huánuco unos ojos negros como la obsidiana, amplios como el amazonas, rasgados como un jirón de selva...

2 comentarios:

nacho dijo...

Que contenta se va a poner tu madre cuando le diga que ya no vienes solo .
Hoy no me extiendo más en el post , ya que salgo corriendo a darle la buena nueva, jajajajaja.
Esta tarde actualizaré el blog y creo que por lo visto el primer comentario según aterrize se llamará "la cruz de quillamama.. o la cara..."Me temo que va a ser la otra cara de tu viaje, el pijoteo, el "¿lujo?" (según me dijeron en la embajada),el despilfarro, etc...
Me parece Julio, que cuando leiste que fueron conquistadores a América Latina, no entendiste muy bien de que tipo de conquistadores valga la redundancia se trataba.
Joder, espero tener la misma suerte que tu a partir del lunes, aunque me temo que Alfreno Landa rueda de nuevo en las costas de Malta.
Como siempre , cuídate mucho Julio.

Julio dijo...

¿Suerte, suerte? Al saber le llaman suerte... ;-) En fin, Nacho, haz el favor de ser más original al elegir el nombre de tu blog o no te va a seguir ni el tito, jaja. Es broma, claro. Por cierto, ¿tú sabías que el árabe de Malta es como el árabe del resto del Magreb, pero escrito con caracteres latinos? Pues eso, "safar tayyib", amigo...