Me lo he preguntado siempre: qué hubiera sido de las américas si no hubiesen sido "conquistadas" por los europeos, con los españoles a la cabeza. Pero nunca había sentido tan recurrentemente esa idea como en este viaje, especialmente en estos días en la región del Cusco.
Ama sulla, ama quella, ama llulla; no seas mentiroso, no robes, no seas holgazán. En el incario no se conocía la moneda. El trabajo de la hatun runa, la gente común, se dividía en tres categorías. La mita era la colaboración obligatoria de todo varón entre los 18 y los 50 años en la obra pública del imperio, caminos, puentes, templos, etc. La minka era el trabajo comunal, el trabajo de la tierra común de la aldea o ayllú, que se realizaba colectivamente. La minka incluía maravillas como el trabajo hecho por los válidos de la tierra correspondiente a los discapacitados, huérfanos o ancianos; aunque el honor de las gentes andinas impedía negarse a la colaboración, el que no la aceptaba perdía su derecho a la tierra. Por último, el ayni era y es el trabajo en reciprocidad personal, un sistema en el que el trabajo se transforma en moneda, un "hoy por ti, mañana por mí" en el que un vecino del ayllú ayuda un día a otro a hacerse su casa, o a desbrozar su chacra (su huerta), y al día siguiente la ayuda es inversa; esta reciprocidad, antiquísima, anterior a los incas, todavía existe entre las gentes de la Cordillera.
Parte del fruto del trabajo comunal había de cederse al estado, pero contra lo que pudiera parecer este impuesto no es a beneficio del Inca sino del pueblo; el estado se encarga de redistribuir esa producción, también los excedentes de las cosechas, de manera que los lugares que producen maíz reciben papa de los que no lo producen y viceversa, y lo mismo se puede decir de otros productos como la carne o lana de alpaca o de llama, etc. El sistema también sirve para amortiguar los años de mala cosecha, y por todo el imperio se construyen silos o graneros (collca) para este fin.
La expansión imperial se logra preferentemente mediante la anexión voluntaria de territorios, pero si hay que entrar en batalla no se duda, no sin antes dar los pasos necesarios para afianzar el resultado y las futuras relaciones diplomáticas (fundamentalmente: flujo de información hacia el Cusco y envío temprano de los que serán los representantes del Inca en los nuevos territorios). La vida espiritual de los pueblos anexionados es aceptada y respetada por el imperio. Muy al contrario, la simbología espiritual inca sincretiza y asimila los cultos andinos primigenios. La trilogía lo preside todo y se representa por todas partes en la arquitectura: tres ventanas, tres escalones, remates en tres ángulos, jambas con tres cantos, y, sobre todo, la cruz escalonada, cruz andina o chakana (representa la cruz del sur, constelación sagrada de los incas, y también los cuatro suyos del imperio; en su construcción geometrica se utilizan elementos triples; el orificio central es el ombligo, el Cosqo). La trilogía incluye muchos significados, como las tres obligaciones o principios vitales (ama sulla, ama quella, ama llulla), o el triplete cielo, mundo y submundo (hanan pacha, kay pacha, uku pacha); son el cóndor, el puma y la serpiente, la cuál es el submundo y también el río sinuoso, el agua; la figura de la serpiente sinuosa carece del significado negativo propio de las culturas europeas y se oberva en muchas construcciones incas.
El agua es venerada y bendecida antes del riego; es considerada el principio masculino y fecundo que hace surgir el fruto de la tierra. Pacha, la tierra, es junto con Inti, el sol, y Quilla, la luna, los dioses inmutables que representan la comunión con la naturaleza. También se venera y ruega al señor de los temblores (Pachacamac), al rayo (Illapa), emparentado con el agua y con la serpiente, y al arcoiris (Chuychú), el cuál se considera símbolo predilecto del incario. En conjunto, la simbología espiritual inca es un canto a la belleza del mundo, a la belleza de Pacha, un agradecimiento permanente a la naturaleza-madre, de la que el andino se considera parte y actor; los propios incas son hijos directos de Inti. Pero no se trata de un culto animista simple, como el de algunas religiones africanas primitivas. Por encima de todo hay un dios creador, principio de todas las cosas, que es único e informe: Wiracocha. Wiracocha es un legado de la cultura Tiahuanaco, en las orillas del Titicaca, de la zona de donde proceden los doce hermanos que fundan el imperio inca; para Tiahuanaco, es el dios barbudo y blanco que surge de las aguas del lago y crea el mundo para volver a perderse en el mar en su viaje al norte, no sin antes prometer su regreso. Pizarro fue considerado Wiracocha por algunos pueblos en un primer momento.
El Inca o Sapa Inca (literalmente "único inca") es dictador absoluto que se apoya en su consejo, compuesto por nobles y otros personajes ilustres o sabios del imperio. Para que el sistema de gobierno sea eficaz, el incario cuenta con una red de caminos que hace palidecer en eficacia en relación a su extensión a la del imperio romano, sobre todo teniendo en cuenta la complicadísima geografía andina. Los chasqui son personajes especializados y entrenados desde niños para transmitir la información desde o hacia cualquier rincón del imperio. La red de caminos nace en el Cosqo, que funciona efectivamente como un "kilómetro cero"; de su plaza parte el cápac ñan, el sistema radial, una vía principal por cada suyo. La comunicación se realiza mediante relevos de los chasqui apoyados en un sistema de tambos, o lugares de descanso diseminados por toda la red. Los chaski transmiten las órdenes del Cosqo o la información procedente de los curacas provinciales (jefes locales) mediante el quipu, sistema cifrado a base de nudos, o de viva voz, a menudo sin dejar de correr. Una noticia puede recorrer todo el imperio en pocos días y el Inca y su consejo siempre tienen información reciente de cualquier rincón del territorio que gobiernan.
En conjunto, el incario funciona con la precisión de un reloj suizo donde cada elemento tiene asignado un cometido perfectamente delimitado y el honor innato de la gente andina, todavía hoy palpable, dificulta que la maquinaria se rompa en algún eslabón débil. El inca es apreciado y venerado en un sistema político inédito que podríamos llamar dictadura ilustrada socialista (o comunista). Uno de los sistemas socialistas que en el mundo ha habido y que realmente han funcionado.
Cuando paseo por el Cusco, o cuando veo las imponentes ruinas de Sacsaywamán, o cuando, metido en Machu Pichu, medito en el destino afortunado de la ciudadela, a la que no llegaron los españoles por que no les fue revelado el secreto, no puedo evitar sentir nostalgia de esos muros de arquitectura sublime desmontados hasta casi su base y transformados en vulgares palacetes virreinales; de esos bloques de toneladas de peso (Sacsaywamán) tallados al milímetro en cada poro de su superficie, cortados, molidos para hacer cal, convertidos en cantera con la que satisfacer el ego de los hacendados después del reparto de terrenos en el Cusco; de ese Coricancha, templo principal del incario, reducido a una porción del magnífico muro exterior curvo y a un par de recintos, asimilados tras su saqueo y destrucción en el actual convento de Santo Domingo; de esa plaza magnífica hoy rodeada de catedrales y demás elementos de la cultura no integradora de los vencedores; del palacio del Inca Roca con su mampostería ciclópea única, hoy convertido, salvo por su base, en trivial palacio del arzobispo de turno; del Acllahuasi o Casa de las Vírgenes del Sol, sobre el que se construyó el convento de Santa Catalina, cuyas monjas de clausura reemplazan hoy a las semidiosas incas que en justicia son las verdaderas propietarias del sitio.
El Coricancha es, literalmente, el templo de oro. Las paredes de algunos de sus recintos estaban recubiertas del rico metal, símbolo del sol para los incas, y algunas techumbres estaban confeccionadas con gruesas placas de oro y plata. Además, el templo contenía cantidades ingentes de piezas de los metales divinos, figuras de llamas y alpacas de tamaño natural, representaciones del sol y la luna, etc. Se dice que es el templo más prodigioso que ha existido en la América precolombina. Cuando los españoles capturaron a Atahualpa, el último inca, le obligaron a pagar un rescate a cambio de su vida: que llenase una habitación de oro y otras dos de plata hasta la altura de sus cabezas. Atahualpa pagó religiosamente (quizá nunca mejor dicho). Y fue ejecutado inmediatamente. El Coricancha fue desvalijado y destruido sin atender a la riqueza monumental y cultural que representaba, y lo mismo ocurrió con el resto de palacios y templos. La excusa era luchar contra la idolatría, evangelizar, y el propio aspirante a obispo de una nueva diócesis era partícipe e instigador. La realidad es que la codicia era la guía de aquellos actos. Una codicia que robustecía y envilecía aún más la profunda ignorancia y el desprecio total hacia la cultura y el conocimiento de aquellos rudos compatriotas, e incluyo a los reyes de turno en la Península, de los que, sin duda, me avergüenzo.
El Cosqo estaba repleto de arquitectura monumental por todos sus rincones. El complejísimo y avanzado desarrollo urbanístico de la ciudad tuvo que impresionar sin duda a los españoles, acostumbrados a luchar contra "indios incivilizados". La actual catedral se edificó sobre el Kiswar Kancha, el palacio del Inca Wiraqocha. La catedral cristiana es un mausoleo de imágenes y santos de todos los colores y tamaños. Virgenes inmaculadas, asunciones, santas marías magdalenas, santos antonios, pedros o santiagos, cristos crucificados, decenas de capillas y hornacinas con su imaginería católica habitual, todo en un ambiente que incita a la compasión, sí, esa es la palabra. El vencedor impone su religión al vencido. Esa es la norma en el mundo que se llama a sí mismo civilizado. Y parece mentira cómo ha calado el catolicismo en la mentalidad innatamente mística de la gente andina.
Muchas capillas y altares del actual templo cristiano cuentan con un retablo en ese recargado estilo barroco de la época. La mayoría de ellos, como si se tratase de remedar al mismo Coricancha, están recubiertos de oro o plata, y el guía suele citar el nombre del obispo que "donó" un retablo concreto al templo, seguramente procedente del saqueo del pasado inca o de la esclavitud de los indios en las minas de oro y plata (Potosí). En uno de esos retablos se representa la trilogía, esta vez la católica, con sus tres dioses que son uno se coma eso como se coma, y en una capilla lateral hay una imagen de determinado cristo crucificado, la cuál resulta no ser una imagen cualquiera. Esta tallado en madera de cedro (el de acá, que es un árbol de la selva) y se muestra ennegrecido por el humo de los miles, de los millones de velas que ha tenido a sus pies en sus pocos siglos de historia. Se trata del Cristo de los Temblores, la imagen más popular y venerada de todo el templo. Todas las imágenes tienen sus seguidores en el Perú en un culto casi enfermizo que arrastra multitudes, pero la popularidad de este cristo es especial y, para mí, tremendamente simbólica: nace porque de él se dice que libra al Cusco de los terremotos (de los sismos, como se dice por acá).
En lo que se puede llamar sin tapujos un genocidio cultural y étnico, destruimos un sistema social elaboradísimo que, aún teniendo luces y sombras, no cabe duda de que contenía la potencialidad de haber evolucionado hacia un estado moderno y justo, y con mucha más razón si en vez de empeñarnos en conquistar y someter hubieramos tenido la sabiduría y la generosidad para mestizar desde el respeto, como los propios incas hicieron con suma inteligencia cuando disfrutaron de su turno. Pero no contentos con ello, dimos a elegir entre nuestra religión y la muerte, impusimos nuestro credo por ser mejor que el suyo y les libramos del pecado regalándoles la revelación, el evangelio, la verdad y la vida. Ya habréis notado que a este respecto, sinceramente, no veo ninguna diferencia.
19 agosto, 2006
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