Dedican sus vidas a los demás. No hablo de los que vienen desde España a un proyecto de voluntariado por quince días o un mes, como quien viene de vacaciones, y aún exigiendo que no son atendidos como es debido, tal vez porque el niñato de turno no tiene agua potable en el preciso instante en el que él ordena. No. Hablo de quienes están al pie del cañón de verdad. Aquí, pisando el terreno. Día tras día y mes tras mes. He conocido a varios, de todas las edades, hombres y mujeres que se entregan en pos de un ideal.
Liz, Zully, Naty y Rocío trabajan o colaboran en el proyecto de Baltimore. Se trata de ofrecer una alternativa a estas gentes que les permita salir de la economía de subsistencia y de los niveles sociales por debajo del mínimo en que se hallan. Rocío, la coordinadora, me dice que llega a soñar por las noches con Baltimore. Y es que se ve que es su vida y su alma.
La pequeña organización que subvenciona el proyecto intenta desarrollar un turismo alternativo al de los albergues amazónicos de lujo, a 120, 160, 200 dólares la noche, que se estilan por acá. Ellas llevan a cabo un proyecto de implantación de turismo que llaman vivencial. Rocío, que es zoóloga especializada en caimanes, me cuenta que trabajó algún tiempo para los "lodges" de lujo, como bióloga colaboradora. Su labor consistía, entre otros, en determinar los horarios y aún los puntos concretos de la selva y el río en los que la fauna era visible para asegurar el éxito en el avistamiento cuando se lleva a pasear a grupos de turistas. Me cuenta que se llega a un manejo tan preciso de la realidad, con instalación de comederos, trampas de huellas para monitorizar itinerarios, plantación de especies que atraen a los colibríes, etc, que nada queda al azar, que la selva entera llega a ser completamente predecible. Quizá un trabajo así, ser biólogo residente en el "Explorer's Inn" por ejemplo, sea el sueño de cualquier biólogo. Aunque yo creo que no.
El turismo que pretenden desarrollar en su proyecto de Baltimore es distinto. Lo que ellas llaman turismo vivencial es equivalente al sentido original de nuestro turismo rural ibérico, cuando se pretendía que cada campesino complementase sus ingresos acogiendo a viajeros que quisieran ver cómo se vive en el campo de verdad. Acá se trataría de mostrar al turista esas mismas viviencias, además de hacer de anfitrión en el recorrido por la selva o en la vista a colpas de guacamayos o del río. La labor es difícil y los retos enormes. En primer lugar, hay que concienciar a los beneficiarios del proyecto de que preparen sus viviendas e instalaciones para acoger turistas con las mínimas garantías. Eso incluye desde la simple instalación de un baño y un servicio, inexistentes en la mayoría de los casos (el aseo en Baltimore se realiza directamente en el río, y creedme que es una experiencia inolvidable), hasta mejorar las condiciones de higiene en las comidas, la simple comodidad para dormir, etc. Y en segundo lugar, entre otras cosas, hay que entrenar a los futuros anfitriones para poder recibir y guiar a los visitantes, lo cuál implica partir a veces de niveles educativos bastante bajos, hasta entrenar en el guiado en la selva. En este sentido, ellos los saben todo, pero hay que hacer traducible lo que saben para que el turista lo pueda entender, además de hacer ver al poblador local qué tipo de preguntas se puede hacer un turista típico para disponer de antemano de la respuesta adecuada. Todo el programa se ejecuta a base de cursos y talleres en los que los habitantes se van soltando. Yo he podido asistir en Baltimore a una de esas sesiones de dos días, y os puedo asegurar que la experiencia es inolvidable. No sólo la respuesta increíble de estas gentes agradecidas, también los lazos que se forman, la camaradería. En uno de los talleres, cada uno de los de fuera (de fuera de Baltimore) nos hicimos con un grupo de gente de allá para desarrollar en equipo una actividad de interés para los futuros visitantes. Se trataba de presentar al resto el resultado del trabajo de cada grupo. A mi grupo nos tocó tratar el tema de las costumbres locales. Y se nos ocurrió representar cómo sería una noche alrededor de la hoguera contando historias acumuladas en el acervo popular. Ellos las llaman "cuentos místicos". Allá nos habló el señor Jaime de los ruidos que se oyen a veces en el fondo del río, tal vez la boa (la anaconda) o las anguilas eléctricas, de árboles que se caen en la selva en noches serenas, de pisadas que se oyen en el bosque en la oscuridad, del chullachaqui y su habilidad para hacer que la gente se pierda. Y el señor José, que nos habló de mil y una historias ocurridas en el río, del bujeo (delfín de agua dulce) cuando se encarama en las frágiles embarcaciones, de historias de mineros que ponen los pelos de punta, de barcos que naufragan en plena noche al atravesar un rápido, del otorongo o tigre (el jaguar) y sus peligros. O don Julio, que nos relata esa tarde que tuvo que atravesar la selva con dos turistas alemanes, hasta que les atrapó la noche a tres horas de la carretera, el turista agotado y enfermo, y de cómo tuvo que cargar con los bultos de él y descalzarse para poder seguir al tacto la trocha porque no tenían linternas y la noche era bien cerrada. Pasar la noche en la selva porque uno se ha perdido (Zully me contó anoche una experiencia así) ha de ser tremendo; yo he entrado en el bosque anochecido unos centenares de metros, en soledad, en Baltimore, y os puedo asegurar que la sensación de no saber lo que hay un metro más allá, a los lados de la trocha, es bastante acongojante.
Con don Julio, en un paseo hasta su casa desde la porción central de Baltimore (500 m), tenemos que sortear un nido de avispas que ha caído pegado a una rama en el centro de la trocha. El lugar de ubicación de su casa es lo más parecido al paraíso terrenal que puedo imaginar, aunque él está viviendo por ahora en Puerto Maldonado y la casa está necesitada de reparación antes de que vuelva a ella para iniciar su propia iniciativa turística, siempre con el apoyo del proyecto. Pero cuando casi me muero de la emoción es al llegar a la playa que tiene delante de su casa. Empezamos a caminar por la arena, don Julio, Chris, Rocío y yo, y no doy crédito a lo que, de repente, descubren mis ojos. Le pregunto a Chris (biólogo inglés afincado por acá desde hace más de diez años, perfectamente integrado, y gran conocedor de la flora y fauna local) que si se trata de lo que yo creo que se trata. Y vaya si se trata: huellas de otorongo, amigos. El mismísimo jaguar se ha paseado por estas arenas, quizá la noche anterior, en busca de alguna presa despistada. No queda ahí la cosa ya que la arena húmeda de la playa es un libro abierto. Y pronto empezamos a ver huellas de ungulados, como el capibara, ronsoco es su nombre local, y también de tigrillo. Sí, de ocelote. El otro felino de esta gran selva. Estoy ya absolutamente emocionado, y volvemos al centro de Baltimore, ya noche cerrada, en un bote que nos está esperando en la orilla, el que nos devolverá al día siguiente a Puerto, y con quien habíamos quedado para fijar la hora y los detalles.
Me he ido de tema, la emoción... La labor de todas estas ONGs que luchan, y verdaderamente lo hacen, por un ideal, es conseguir el añorado desarrollo sostenible. Eso no sólo implica formación, como en el caso de Baltimore, sino también apoyo logístico básico. Por ejemplo, en Baltimore hace falta un medio de comunicación como el comer, quizá una radio. También están pensando en excavar pozos, pero la inversión es demasiada y tendrán que esperar. Pero lo más fascinante de todo es que, por acá, toda esa labor desinteresada, toda esa lucha en pos de tus propias convicciones, no cae en saco roto. Acá el trabajo bien hecho es bien recibido y hay cabida para todo el que tenga algo que aportar. Nunca he sentido como en este lugar el que tus acciones puedan tener una repercusión social real e inmediata. El que tus ilusiones signifiquen algo para otras personas. El que tu grano de arena para cambiar el mundo se sume de verdad y no caiga en el desprecio nacido de la ignorancia y de lo mediocre. ¿Cómo podéis concebir que no esté completamente encandilado?
31 agosto, 2006
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17 comentarios:
Hola Julio, leo lo de las 300 hectáreas y pienso "con lo bien que vivía esta gente y se va Julio para allá a volverlos locos". Bueno, sabes que es broma (la primera de una serie interminable que te espera a tu regreso). Un consejo, cuando vuelvas no hagas caso de aquellos que te pretendan para transformar tu proyecto amazónico en un campo de golf. Por cierto, ¿te llevaste en la mochila "el sequillo"?
Leo tu comentario de hoy, de veras pareces haber encontrado ese "algo más" que muchos necesitan en su vida, me alegro, pero no creo que sólo sea el lugar, la gente o las circunstancias, eso importa...y mucho, pero obviamente, es diferente para cada uno de nosotros. Sin embargo, hay algo que se nota en tí y en todos los que descubren, o creen descubrir SU "algo más": la ilusión.
A tí se te nota esa ilusión, que te dure siempre, que te vaya bonito. Un beso.
Raquel
Bueno, lo de las hectáreas y demás es la manera de hacer algo que, en realidad, hace tiempo que soñaba: iniciar algún tipo de proyecto en sudamérica, y si puede ser ambiental y social a la vez (como lleva camino éste) mejor que mejor. La cuestión es que he dado con un sitio que promete y con un grupo de gente muy, muy interesante, y por eso me estoy atreviendo a dar el paso (tampoco quiero pensarlo mucho, conscientemente). Pero por otra parte no creo que exista el sitio perfecto en ningún lugar del mundo y sé que ahora es el momento más intenso, que las dificultades vendrán después. No se trata, por supuesto (aunque el futuro no está escrito), de venirme a vivir acá, aunque veo que llevo camino de andar un poco menos fijado a un sitio. Quien lo diría para quien su pueblo ha sido toda su vida. Ayer me advirtieron, otro español que lleva por acá tres años, de que, una vez probado esto, en cuanto lleve unos meses de nuevo en casa me entrará "el mono" de volver. Y yo le creo porque me lo imagino perfectamente. En fin, el camino se irá andando.
Gon lo del campo de golf por acá, Chele, no creas que estás diciendo ninguna tontería; cuando llegué la carretera transoceánica, y eso será en un par de años como mucho, Puerto Maldonado va a sufrir una transformación radical. El terreno en cuestión está algo alejado (80 km de Puerto Maldonado), pero ayer discutimos (nos han ofrecido otro más cerca) que puede ser incluso mejor para evitar (o retrasar) la ola de desarrollismo que va a producirse en Puerto Maldonado. Los que venimos el mal llamado "primer mundo" sabemos muy bien lo que eso significa...
Julio sabiendo lo enamoradizo que tu eres quiero pensar que en tu próximo viaje a otro lugar te ocurrirá algo parecido a lo que te está pasando en éste.No, no hablo de ir a Benidorm ni mucho menos, pero un viaje a Groenlandia por ejemplo te conquistaría de la misma manera que te está ocurriendo ahora , salvando algunas circunstancias, el idioma sin ir más lejos.En fin, aterrizando, quiero decir que la personalidad de cada uno aflora como no puede ser de otra manera Por ello, aquél que en esta vida no está de paso, que tiene iniciativa y otra serie de valores que todos los que "te conocemos" apreciamos sabemos que sea en Perú, Guijosa o el Spa Golf de Marbella seguirás enamorándote de todo aquello que te parezca una causa justa.
Como siempre, cuídate Julio.
P.D. Raquel, bienvenida al blog de Julio y encantado de leerte.Saludos.
Chele nos vemos en la Alameda en un rato.
Nacho: puede que tengas razón, en cuyo caso mi destino será siempre vagar y vagar... Pero qué vagar más dulce, amigo mío.
PD: Lo de quedar en la Alameda usando este blog no te lo perdono, que conste, jaja.
Por supuesto en la Alameda de Osuna.Cuídate , amigo
Naty: sí, esto lo escribí nada más conoceros, aún no sabía muy bien el papel de cada una. Bueno, lo de "tan bien vivíamos" es mutuo, no te preocupes, jaja...
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