13 agosto, 2006

El ombligo del mundo

Los cuatro reinos se unen en un punto, y de ese punto salen los cuatro caminos principales del imperio. En el centro de todo, la gran plaza, con sus dos porciones, el Huakaypata y el Kusipata, el sector ceremonial y el sector festivo que, unidos, forman una de las estructuras urbanísticas mayores de todos los tiempos, capaz de albergar a miles de personas. Los cuatro reinos forman un solo imperio, los cuatro suyos del imperio unidos en uno sólo. Es el Tahuantinsuyo, unión del Chinchansuyo, el Contisuyo, el Kollasuyo y, por último, el Antisuyo, importante porque sólo en su clima de selva crece con facilidad la planta sagrada. La Mama Kuka, la coca, que elevará el espíritu puro del hombre de los Andes pero llevará a la perdición al extranjero blanco y barbudo venido del mar...

El Cosco de los Incas y el Cuzco de los españoles. El Cusco, o sea el ombligo, el centro del mundo conocido, responde totalmente a las expectativas. Atrás quedan los tejados de chapa, y la visión desde el aire, antes de aterrizar, de todos, absolutamente todos los tejados, aún los de las viviendas humildes de los extrarradios, cubiertos de teja árabe es como estar viendo un oasis en medio del destartalamiento y el caos habitual. Y es que el Cusco es una ciudad modelo, única en todo el Perú, que goza de un patrimonio arquitectónico excepcional. Paseando por sus calles, uno ve retazos de lugares de España. Casas blancas de ventanas pintadas de azul amontonadas a lo largo de cuestas interminables o arrebujadas en laberintos zigzageantes, como si se tratase de los callejones de Mojácar o de Ibiza. Empedrados pulidos que entroncan con muros de recios sillares y soportales arqueados, que pudieran estar sacados de Santiago de Compostela. Trazos urbanos complejos y armónicos, rincones escondidos, patios castellanos en cada portal revestidos de balconadas de madera, como si uno estuviera en Sigüenza, en Atienza, en Albarracín. Las casonas que construyeron los hacendados de la época colonial rodean la actual Plaza de Armas, la cuál ocupa lo que fue el Kusipata, y la fábrica esmerada de piedra de sillar junto a las amplias y luminosas balconadas trasladan al visitante a una ciudad del norte, tal vez a Santander o a San Sebastián. Los edificios religiosos son abundantes, empezando por su catedral. Todos en un barroco colonial único en todo el Perú, aunque sea porque, por fin, se trata de magníficos edificios de piedra... y no de escayola.

Pero ante todo, el Cusco es una ciudad que tiene imán. Una ciudad cosmopolita que inmediatamente encandila e invita a quedarse. Es su encanto urbanístico, sus callejones, sus cuestas, sus empedrados de caliza desbastada por el paso de miles de visitantes al año. Y es su vida intensa, sus cientos de comercios típicos, restaurantes, lugares con encanto indiscutible en los que tomar una cerveza o una copa, es, en fin, su vida nocturna. La única verdadera vida nocturna que he visto por ahora en el Perú. Pero qué queréis que os cuente...









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