19 agosto, 2006

Treinta días

Al principio, el tiempo pasaba despacio, parecía que la fecha de regreso a España estaba en el infinito y más allá. Después el viaje alcanzó la velocidad de crucero. Y ya va un mes en tierras sudamericanas. Sudamérica. Cada vez me suena más bonita esa palabra y más inmenso ese concepto.

Desde el veinte de julio, cuando me dejó Nacho S. en el aeropuerto de Barajas, parece mentira que cundan tanto cuatro semanas, han pasado un sinfín de cosas y he tenido algunas de las vivencias más intensas en mucho tiempo. Ya os dije que venía, en alguna manera, a buscar algún tipo de transformación sin saber muy bien en qué podía consisitir tal cosa. Puede parecer que andar en esas pasada la frontera de los cuarenta es trabajo vano, pero os aseguro por experiencia, y ahora lo sé, que no hay nada escrito en el camino de cada persona.

En este viaje he conocido a gente que, voluntariamente, vive el día a día, sin un chavo en el bolsillo y dándolo todo por un ideal. No os he hablado del Padre italiano que conocí en La Unión, por ejemplo, ni de Joe, el cantautor que dedica el fruto de su trabajo a intentar llevar a la escuela a los niños de las aldeas de las cumbres, que no van al cole porque tendrían que caminar cada día dos horas de bajada, y ni te digo de subida; esos niños se educan empíricamente, en la familia, y son monolingües: sólo hablan quechua.

En este viaje he visto con mis propios ojos la verdadera felicidad de las personas, he comprendido que la riqueza está en la pobreza y que la pobreza no es no tener dinero, que la pobreza no existe. En este viaje he aprendido a discernir entre miseria y opulencia por el procedimiento de invertir exactamente el sentido habitual de los términos.

En este viaje he visto el paraíso y he rozado la autenticidad. He comprendido por el mecanismo de sentir. He dilucidado el sentido real de la palabra tiempo.

En este viaje me han hablado de la violencia en estado puro y me ha sido mostrado con el mayor grafismo concebible el valor exacto de la vida humana, que no vale nada y lo vale todo. Me han hablado de futuras madres solteras que se suicidan antes de atreverse a serlo. De niños no natos que no acaban de salir del todo del vientre de una madre. Del producto doloroso de la tradición más exacerbada y del significado profundo y tremendo de la palabra machismo. De madres de diez años de edad. En este viaje he hablado con testigos que han visto con sus ojos a gente cercana torturada, familias completas de treinta miembros, con los dedos cortados y colgando, muertos, boca abajo, en las vigas de su casa; me han hablado de terrorismo y de guerra verdadera, de la que se hace por la supervivencia y contra la injusticia; de madres que ocultan a hijos, hermanos varones de mi informante, el menor de doce años, semienterrados durante semanas para que no sean reclutados. En este viaje me han mostrado cuál es el significado sutil de la palabra justicia y he comprendido que la diferencia entre bandos es tan cuestionable como la elección entre dos grises exactos.

En este viaje me han enseñado a ir más allá de la razón. Me han mostrado que hay fuerzas en el interior del ser humano que pueden superar lo que parece irremediable; que la relación mente-cuerpo se puede transformar en la más poderosa de las medicinas cuando está guiada por una personalidad excepcional, tal vez con la ayuda de algún brebaje cuya fórmula se hunde en las raíces del tiempo. Me han hablado de visiones de muertos vivientes en absoluta confianza personal y con tal prolijidad de detalles que me han llegado a hacer dudar; me han hablado del procedimiento para evitar los peligros del encuentro con un alma en pena y de que es frecuente verlas en la chacra al caer la tarde; de las creencias relacionadas con los cultos místicos prehispánicos que aún residen en el sincretismo fecundo de estas gentes; de la espiritualidad en estado puro, sin necesidad de libros ni de dioses.

En este viaje me he dejado al menos un par de jirones del corazón tirados en un par de sitios del amplio Perú, en lugares que quién sabe si volveré a pisar, en almas que quién sabe si volveré a rozar.

En este viaje, que todavía no ha concluido, ya llevo en el equipaje, como diría mi amigo Nacho, exactamente lo que venía buscando.

1 comentario:

Julio dijo...

Bueno, no he hablado de la transformación física de mi persona durante el viaje, llamémosle así, jeje. El problema es que no tengo parámetro de comparación porque antes de salir de España me pesé desnudo y por acá, lógicamente, no dispongo de báscula a la que pueda acceder en ese estado, jaja. Previsor que es uno. Sólo tengo una medida objetiva: dos-tres agujeros del cinturón concretamente...