09 agosto, 2006

De Chanchamayo a Lima

Sale el autobús (el "omnibús") de Chanchamayo a las ocho y media de la mañana y, aunque la previsión era llegar a las cuatro, la realidad es que no llegaré a Lima hasta las cinco y media de la tarde. Y con una sola parada, higiénica y para comer, en San Mateo, ya sobrepasado el Abra (puerto) Anticona, es decir, cayendo ya hacia la costa. No es que sea mucha distancia (unos 500 km), lo que ocurre es que, amigos, con los Andes hemos topado, y la carretera parece que la hubiera trazado el típico burro que cuentan que se soltaba antes para buscar el mejor recorrido. El resultado es que el autobús difícilmente puede superar los cuarenta o cincuenta kilómetros por hora. Al fin y al cabo se trata de atravesar la Cordillera de parte a parte y, con ella, las tres regiones del país: salir de la selva para caer desde la sierra a la costa.

El viaje carece de interés. Vuelve a sorprenderme el cambio radical entre el paisaje de selva y el de sierra, la salida repentina de la abundancia y el verdor para entrar de lleno en el mundo pajizo de la austeridad. Los pueblos, y aún las ciudades (Huancayo, capital de su departamento), y con ellos sus pobladores, vuelven a ser más oscuros, más destartalados. Reaparece la necesidad.

Los paisajes de puna están bastante degradados en esta ruta, en parte por ser una de las rutas principales del país, cercana como está de Lima, y en parte por la intensidad de la actividad minera en algunas zonas, sobre todo en las más altas. Aún así, se ven hermosos rebaños de llamas pastando plácidamente cerca de la carretera. El punto más alto de la ruta es el Abra Anticona, 4800 metros, un importante puerto de montaña y quizá lo único interesante de la ruta. Las cumbres, siempre hermosas en los Andes, aparecen aquí rodeadas de lagunas azules en las que se refleja el sol brillante del verano andino (ya dije que en la sierra, y también en la selva, al invierno astronómico lo llaman verano por ser la estación seca). Aún así, es una pena que parte de estas lagunas andinas estén contaminadas por la minería, mal recurrente por todo el país.





No he tenido suerte en el autobús, y me toca viajar con un jovencito bastante callado; tengo comprobado casi matemáticamente que, por acá, el hábito conversador está desarrollado de manera inversamente proporcional a la edad. En el autobús montan en distintos lugares (paradas para recoger gente) vendedores de todo tipo de cosas. Es algo común en los viajes. En general, dan una vuelta anunciando su producto, "gaseosa, habitas, maní, caramelos de limón", la gente compra, y se bajan. Pero hay un tipo de vendedor ambulante (y nunca mejor dicho) que a veces aparece en los autobuses y que me fascina. Se trata del típico charlatán que dedica un esfuerzo ímprobo a alabar las virtudes de su producto para, entonces y sólo entonces, intentar venderlo. Recuerdo uno que montó en el viaje de Huánuco a Cerro del Pasco, que lo que vendía eran unos "libros" (el concepto de libro aquí es amplio; lo que vendía yo lo hubiera llamado "folletos"), uno con formularios prácticos de tipo "modelo para sacar el dni", "modelo de denuncia por homonimia" (dicese de cuando a uno le cargan el muerto de un delito que ha cometido otro que coincide en nombre y apellidos), etc, y que el hombre se esforzaba en presentar como el remedio a todas las penurias y la clave de la prosperidad; otros dos libros eran simples recopilaciones de poemas y de frases célebres. Un sol cada uno.

En el autobús a Lima entra otro de estos personajes, justo en la parada de San Mateo, la de la comida. Se trata de una joven madura que, de momento, no parece que vaya a vender nada. Más bien parece que venga enviada por los servicios de salud para aleccionar a sus compatriotas acerca de la importancia de la salubridad, de la higiene, de la buena alimentación. La señora tienen una verborrea admirable, como todos estos vendedores, en la que mezcla sin discontinuidad conceptos médicos intachables con supersticiones variadas, pero con claro predominio de las primeras, dígase en honor a la verdad. Tan pronto habla de la importancia de las enfermedades coronarias, de la diabetes, del cáncer o de los problemas de próstata, todo con los más detallados y correctos pormenores médicos, como resuelve sobre los peligros del exceso de masturbación, o recomienda la abstinencia sexual durante el menstruo, o indica la conveniencia de usar mandiles impermeables para fregar durante esos días sensibles. Debe de llevar ya casi una hora hablando sin parar, todavìa sin hablar de su producto, y cuando empieza a hablar de humores y secrecciones procedentes de diversas partes del cuerpo, la verdad es que el exceso de grafismo, unido a la digestión en proceso, hace que intente cerrar los oídos por un instante. Sin suerte. Estos vendedores son como un gramófono de energía infinita. Al final, anuncia su producto, diversos bálsamos, entre ellos el de la famosa uña de gato, liana selvática muy reputada en estos lares como panacea universal; también pastillas, a cinco diarias, para prevenir absolutamente todo; etc. Algunos compran y a mí me invade el impulso de hacer el numerito antipseudociencia, pero al fin y al cabo el país está lleno de "naturistas" (tiendecitas donde se venden yerbas y remedios de todo tipo; hasta serpientes recién cazadas he visto en los puestos de los naturistas callejeros), y no es plan de dar el cante, con lo que permanezco quieto y callado en mi asiento.

En fin, así va pasando el viaje, hasta que, bajando del abra, el ambiente se empieza a enrarecer, primero cierta espesura en la atmósfera, apenas tenue, pero que se va engrosando hasta que el sol acaba por perderse entre vapores, mientras la garúa empieza a notarse en la ventanilla del autobús. Son ya las cinco, llevamos más de una hora de retraso, y estamos llegando a la costa. Nos acercamos a Lima, y por lo tanto estamos saliendo del verano para entrar en el invierno. Así es este país, donde selva, sierra y costa, sus tres regiones naturales, representan mundos tan distintos que hasta tienen las estaciones del año cambiadas.

Os dejo por último un detalle de la capacidad de aprovechamiento de cada recurso que tiene este pueblo. La pintada no es ninguna broma ni ninguna gamberrada. Se trata de una advertencia real, en pleno puerto Anticona, en un punto donde muchos transportes paran y la gente,... bueno, ya se sabe. Pero cuando lo veo no puedo evitar reír en voz baja... ¡leyendo el contexto!

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