04 agosto, 2006

Ángela

Tiene el pelo del mismo color que sus ojos negros y la piel del tono tostado de la selva. Ella reniega de su piel oscura influída por el maldito racismo encubierto de la publicidad occidental,... aunque nos hemos reído a carcajadas cuando le he contado que en Europa la gente paga por darse una sesión de rayos UV. Pero lo que me ha enseñado ella no tiene que ver con los colores de piel, ni con las razas, ni con las lenguas, ni con la selva, ni con las plantas. Lo que me ha enseñado Ángela en dos días y medio es una de las lecciones más duras que he recibido nunca. Una lección integral de la vida.

Con sus escasos veinticuatro años, Ángela ha tenido una experiencia vital que muchos europeos de cincuenta años, sentados como estamos en nuestro podium de desmesura y despilfarro, no han tenido ni por asomo. Ella ha sufrido de las maneras más impensables, ella sobrevive en el ambiente más hostil que os podáis imaginar, ella, aún así, sigue adelante, lucha, se sostiene en pie. Ella, con todo, sonríe y hace sonreír. Cuando entras a la agencia de viaje y ves a una muchacha menuda y delgada, casi frágil en apariencia (y bien digo, en apariencia), bien vestida y arreglada, simpática, nunca puedes imaginar todo lo que hay acumulado detrás de esos ojos bonitos y alegres.

Mis labios están sellados, no puedo contar los detalles de su vida que sólo pertenecen a ella y que me ha entregado exclusivamente porque ella ha querido. Sólo daré un dato del presente, obviaré el pasado. Ella sobrevive con unos ingresos mensuales fijos cuya trigésima parte es inferior a lo que cuesta comer un sólo día en el Perú. Lo que he comprendido con ella, lo que he aprendido de la manera más directa después de sufrirlo en persona, es que esa y no otra, y hablo también por los demás detalles que callo, es la realidad tangible y corriente de amplias zonas de este país. La crudísima realidad de muchas comarcas del Perú en general y de la mujer en ellas, víctima predilecta de todas las sociedades embrionarias, en particular.

Cuando me he despedido de Ángela esta mañana en el paradero de autobuses de Huánuco, pero también mientras corría el tiempo acercándonos a la despedida, he sentido algo que nunca antes había experimentado: la sensación de dejar a alguien abandonado a su suerte en plena selva, esta vez en la de verdad: en la selva cruel de la jauría humana. Cuando el autobús ha partido, ya con ella perdiéndose de vista, he permitido que una lágrima de amargura bajara por mi mejilla. Y aunque a ella nunca se lo diré porque lo que más daño puede hacerle es una falsa expectativa, confieso que en Huánuco, en el centro de un país remoto, en un lugar en el que probablemente nunca volveré a caminar, me he dejado un jirón de mi espíritu aún mayor que sus ojos rasgados de selva.

2 comentarios:

nacho dijo...

¡Hola Julio!
Un viaje completo sí señor.
Anoche salimos a cenar Nines, Elena y yo y comote imaginarás fuiste parte importante de la conversación y por supuesto te echamos de menos.
No quiero que interpretes al decir, que fuiste centro de la conversación que te hicimos un traje ¿eh? jajajaja.
Este fin de semana a preparar la maleta y algunas cosilla más para el viaje,aunque conozco viajeros que la preparan unas horas antes y en determinado estado y disfrutan de un viaje maravilloso), por eso creo que el resultado del viaje lo marca lo que traes en la mochila y no lo que te llevas.
En tu caso parece que traes muchisimo equipaje y de calidad.
Ya sabes, cuídate Julio.

Julio dijo...

Nacho: con Ángela he comprendido el verdadero sentido de la palabra compasión. Nunca me había pasado con semejante intensidad. Efectivamente, eso va al saco y me lo traigo. No sé si para bien o para mal...