25 agosto, 2006

Lago Sandoval

El camino de aproximación al lago discurre entre bosques perfectos, entre pantanos y palmerales infinitos, en el seno de la más primaria de las selvas. Acompaño a Jorge y a Cintia, gestores de la Reserva Nacional Tambopata, y a Isabel, voluntaria de apoyo ambiental. Se trata de una caminata a paso ligero, hay que llegar antes de anochecer. Unos cinco kilómetros de naturaleza pura.

Llegamos al lago, y empieza la labor de inspección. El único albergue turístico ("lodge") situado dentro del perímetro de la reserva es el del Lago Sandoval, y hoy se trata de inspeccionar sus instalaciones. Efectivamente, podemos comprobar que hay algún problema con los vertidos de aguas negras y alguno más con el uso de madera de la selva. Se advierte al encargado, mientras Cintia, mujer dinámica y resolutiva, toma fotograrías de todo. Al parecer ha habido problemas con este "lodge" desde el momento de su instalación, realizada después de la creación de la reserva mediante la compra del terreno a los moradores originales, una operación que está prohibida expresamente por el plan de gestión del espacio protegido.

El Lago Sandoval es un meandro abandonado del río Madre de Dios. Se trata de un buen puñado de hectáreas de agua rodeadas de aguajales, zonas pantanosas cubiertas de la palmera del aguaje, con cuyo fruto se confeccionan unos jugos deliciosos. La riqueza ornítica de la zona es impresionante, entre otras cosas con varias colpas de guacamayos; se trata de zonas donde estas espectaculares aves (cuatro especies acá) se agrupan por motivos diversos, a menudo en taludes de tierra, otras, como es el caso de Sandoval, en zonas de palmeral, en cuyos troncos viven en huecos, como si fueran pájaros carpinteros.

Completamos la labor de inspección alrededor de las instalaciones del albergue de lujo, y volvemos a la orilla del lago justo en el momento en el que el sol está a punto de ocultarse tras el horizonte de palmeras. No sé como será una puesta de sol en una isla remota de los mares del sur, probablemente insuperable, pero puedo asegurar que, hasta donde yo he visto, la puesta de sol que he tenido el privilegio de contemplar hace unas horas es uno de los espectáculos más hermosos que jamás haya presenciado (y ninguna foto, toma parcial siempre, puede hacer justicia).



El sol se acaba de ocultar, y nos disponemos para el regreso. Llegaremos bien entrada la noche a la playa donde hemos dejado el bote, en el río, pero es algo que ya estaba previsto y todos llevamos linternas. Y es entonces, cuando la jornada parece concluir, cuando comienza uno de los espectáculos más sobrecogedores que haya vivido nunca. En la selva de Javier y Ulla asistí a un preludio, pero lo que hoy, este anochecer, he podido disfrutar, sorprendido como hacía mucho tiempo que no lo estaba, es la obra completa, el concierto de la naturaleza más impresionante que haya escuchado. Es muy difícil de describir. La mayoría de los sonidos son insectos, pequeños insectos del grupo de las cigarras o de los saltamones, animales con una capacidad de volumen tal que al principio, cuando empezó todo, apenas unos minutos tras la puesta de sol, pensé que se trataba de máquinas trabajando, o de altavoces ("parlantes") a todo volumen conectados a una máquina chirriante, no, no es chirriante la palabra correcta, quizá zumbante, tal vez como las sirenas de una fábrica. La tremenda nota de fondo lo envuelve todo, pero otros sonidos dan los tonos menores, como las voces múltiples de otras chicharras más cercanas, más chicas, o la de cierto búho que parece que ladra, o la de los grupos de monos nocturnos. En fin, como no soy capaz de describirlo, ahí dejo un fragmento de la grabación que he hecho con el micrófono de la cámara. No hace justicia, pero al menos sirve para hacerse una idea. Me permito titular esta obra magna de la naturaleza, perdóneseme la vanidad:

"Anocheciendo en Sandoval"

Iniciamos el descenso acompañados por este concierto, el concierto con el auditorio y con la orquesta más grandes del mundo. El apogeo dura minutos, menos de una hora, hasta que se hace noche completamente cerrada y los insectos más estridentes callan para dar paso a los pequeños, a las variopintas chicharras más sencillas, más normales. La gran fauna va añadiendo sus notas, sus chirridos, sus pisadas efímeras, mientras nosotros seguimos avanzando, ya completamente a oscuras, entre árboles que son sombras de gigantes, entre hojas de palma que abrazan la trocha y te rozan la cara. Tras cerca de una hora de caminata ligera en perfecta oscuridad, sólo la luz tenue de los que van más atrás, Jorge y yo en cabeza y sin linterna, llegamos al barco. Nos distribuimos los cuatro para equilibrar el peso, Cintia e Isabel en los asientos de proa, Jorge al timón y yo entre ellas, algo por detrás, en el centro de la embarcación y sentado en el suelo. La pequeña barca del servicio de la Reserva Nacional es ligera y el motor potente. Surcamos las aguas del Madre de Dios levantando espuma que nos salpica sin molestar. La barca se defiende bien, a pesar de navegar contra corriente, y Jorge es un buen navegante que sabe hacer su trabajo en completa oscuridad. Sobre nosotros se extiende la capa del firmamento, la Cruz del Sur anclada junto a la orilla, a nuestra izquierda, y el Escorpión, rodeado por los campos estelares de la porción más rica de la Vía Láctea, suspendido justamente del cénit, de donde no puedo apartar mis ojos. En la lejanía, algunas luces diminutas indican el rumbo, farolas de ciudad crecidas en las calles de Puerto Maldonado. La brisa acaricia nuestras caras, los cuatro en silencio transportados más allá del camino que va trazando la barca; sólo agua por abajo y cielo por arriba, sólo abismos insondables en cada parte simétrica del horizonte. Y por un instante uno se figura que si, en este precismo momento, un cataclismo universal hiciera desaparecer las luces que nos guían; que si, en un segundo fulminante, ese horizonte iluminado que es nuestra meta civilizada se hundiera en las entrañas de la tierra tragado por un movimiento telúrico; que si quedasemos navegando hacia el infinito para siempre, para toda la eternidad; que si ese milagro improbable sucediese, no pasaría nada. Absolutamente nada.

9 comentarios:

nacho dijo...

Hola Julio,sludos desde Cádiz donde también te acogen fenomenalmente.El Lunes cuando llegue a Sigu espero ponerme a leer este libro de aventuras más detenidamente.
Cuídate mucho

Anónimo dijo...

pues pasaria que te quedarias colgado en mitad de un lago y para un rato esta bien pero para toda la eternidad como que se me hace un poco largo y te lo dice uno al que le gusta pescar y hay tiene que haber buena pesca.

Anónimo dijo...

Los sonidos de la naturaleza son hermosos y realmente fascinantes gracias por poner el enlace. Y ojala se anime a ir al norte el clima es precioso y hay muchismos atractivos turisticos, como el museo en sitio del Señor de Sipan, los caballitos de totora, etc etc

Anónimo dijo...

Qué bonito, Julio. Reitero la petición de designarte corresponsal en tierras lejanas. Aunque tendrías como obligación hacernos informes completos en persona a la vuelta de cada viaje, con cocinado de platos exóticos y preparación de jugos de carambola o del fruto que se tercie (no vale con el del Alcampo). Y cantos y bailes del lugar visitado.
Aquí bien, los veraneantes nos van abandonando poco a poco y vamos recuperando la calma. Por la ventana veo el monte de Palazuelos, unas ramas de saúco y una enorme masa de lúpulo sobre el tronco muerto de un olmillo, oigo la mofa del mirlo y el gato se me pasea entre las piernas mientras escribo. Esta es mi flora y mi fauna local.
Te dejo que tengo mucho curro, ay.
Muchos besos
Beatriz

Julio dijo...

Nacho: lo de las cerves en el quiosco, si el tiempo no lo impide, el domingo 9 mismo, o si es mal cía cuando se tercie. Yo tendré el horario cambiado...

Javi: joer, tío, ¿tú no sabes lo que es una licencia poética? Jaja. Oye, hablando de pesca, aquí se capturan como tiburones de gordos. Sí, sí, no exagero. Ya contaré algo.

Desconocida: me hubiera encantado ir al norte, y conocer Sipán, Chan-Chán, Kuelap, Trujillo, la huacas del sol y de la luna, Tumbez, los bosques del interior de Piura,... pero me temo que ya no me da tiempo. ¿Eres de por allá? En fin, siempre hay que dejar una excusa para volver (y me temo que dejo un buen puñado de ellas).

Bea: Tú que ves poesía en un mirlo y en un sencillo saúco me entiendes perfectamente. Habrá que hacer algo a la vuelta, tranquila. Me quedan diez días para preparar algo; será desde Lima... Aunque con lo de los bailes no prometo nada, jaja. Besos.

nacho dijo...

Julio quiero que sepas que me jefe me ha dado libre el dia 10 e incluso el 11 si hiciera falta para degustar tu viaje.que ganas tengo jodio.
Cuídate , Julio

Anónimo dijo...

No soy del norte pero he tendido el gusto de conocer esas tierras, lastima que no pueda ir por alla pero siempre sera bienvenido lo mismo a todos sus amigos, espero que siga disfrutando del viaje. Gracias por escribir y transmitir tan bien sus vivencias en Perú FELICIDADES

Julio dijo...

Se agradece el acogimiento, desconocida. Si algo puedo decir del Perú es que es un país absolutamente acogedor. Ya nos contarás de dónde eres en otra ocasión...

Julio dijo...

Naty: tú que has pasado muchas horas en ese lago y sabes muy bien lo que es. Yo sólo he tenido la pequeña fortuna de vivirlo por unas horas, pero me sirvió para darme cuenta de lo inabarcable que es la selva y sus infinitas maravillas.