20 agosto, 2006

En el aeropuerto del Cusco

Espero mi vuelo. Falta media hora para el embarque. La noche anterior fue larga, intensa. Fiestas de guardar. Y el cuerpo y el alma están algo maltratados. Resaca dirán otros. El Kilómetro Cero me enganchó una noche más. Lo típico. Primero asomas la cabeza tímidamente para ver cómo está el ambiente y para comprobar si hay alguien conocido. No veo de momento a Alberto, pero el cebo ya está echado y no tengo más remedio que entrar. Hasta las cuatro de la mañana no estaré de vuelta en el hospedaje.

Con Alberto, conozco a Fernando, a Rocío, a Héctor. Trabajan con él en una curiosa simbiosis entre una ONG de ecovoluntariado y otra de odontología (Odontólogos Sin Fronteras). Fernando y su equipo van repartiendo salud bucodental por medio Perú. Todo a base de empeño personal, de lucha contra los impedimentos, a menudo procedentes de instancias oficiales. La vida de esta gente es la de una pasión y no dan su brazo a torcer ante ningún obstáculo sabiendo que la paciencia es capaz de derribar el muro más grueso. También me uniré con ellos en Puerto pasado mañana; van todos juntos para allá.

Entre cerveza y calimocho de ron, sí, acá es así porque conseguir vino es más difícil y sobre todo más caro, vamos "arreglando" el Perú, la selva, el mundo, la especie. Filosofamos hasta la extenuación. Camaradeamos hasta la confianza. En un momento, Alberto me pregunta un qué tal, y la respuesta es inmediata: como en casa.

Me hablan de la realidad cruda de la selva. De comunidades indígenas que voluntariamente, después de probar de qué va, eligen apartarse de la "civilización", eligen volver al estado original, el de "no contactadas". De cierta raya invisible más allá de Puerto Maldonado que nunca puede pasar un blanco si no quiere ser objetivo de las cerbatanas. De los buscadores de oro y sus miserias. De la contratación fingida para vender a las personas, así, directamente, en este mismo momento de la historia de la humanidad, para esclavizarlas en las plantaciones de coca, en las extracciones auríferas. De los chamanes y de la diferencia entre una verdadera sesión de ayahuasca y lo que venden a los turistas en el Cusco. De las 3800 hectáreas de selva que están a cargo de sus ONGs, todo incluido, plantas animales e indígenas, y de que la parcela, semivirgen, está rodeada por concesiones madereras; de que aún no la tienen delimitada y de que costará un mes trazar esa raya. De la mafia de la madera, de la extracción ilegal de la caoba. A medida que voy comprendiendo, me viene a la mente la imagen de un campo de golf en una pequeña y bellísima ciudad castellana, de nombre Sigüenza, y de repente se me antoja un problema insignificante, nimio, vulgar. Aquí, amigos, se está perdiendo la selva entera. Y ellos, arriesgando a menudo algo más que su dinero y su tiempo, son cuatro mosquitos picando a un mamut, un David con las manos atadas contra un Goliat con armas atómicas. Es la crónica de una muerte anunciada. Es la inevitabilidad dolorosa. Es una razón más que suficiente para dedicar toda una vida.

2 comentarios:

nacho dijo...

No es mala causa Julio para deicarle una vida a sabiendas que será muy difícil ganar la batalla, ero en cualquier caso la conciencia quedará tranquila por la lucha en lo que uno cree.
Acuérdate de lo que te ponía en otro post, la delgada línea....es muy fácil atraversarla sin darte cuenta.
Cuídate mucho Julio

Julio dijo...

No me refería a mi propia vida, tranquilo. Al menos de momento...