29 agosto, 2006

Las comunidades amazónicas

Fuera de las ciudades, que son pocas, la población amazónica vive en comunidades. No siempre se puede hablar de núcleos de población propiamente dichos. En Baltimore, una de estas comunidades, cada familia vive a trescientos, quinientos o mil metros de la siguiente, alineadas al margen de río Tambopata, cuya orilla puede estar a bastante distancia en época seca (ahora), quizás dejando una playa de finísima arena entre el propio río y la franja de bosque que siempre protege de la visión directa desde el cauce. En época de lluvias, por el contrario, el nivel de las aguas sube hasta diez o doce metros y la orilla se acerca a las viviendas, quizá a pocos centenares de metros; el bosque de colonización de riberas acaba por inundarse, con lo que la trocha de entrada ha de tallarse formando un túnel más alto en la vegetación a través del cuál se accede a tierra.

En estas comunidades, el bosque, sea primario o secundario, lo rodea todo, y la ocupación dispersa del terreno sólo cuenta con unas pocas hectáreas de cultivos alrededor de las viviendas. La economía es diversa, no sólo agrícola, aunque la economía propiamente monetaria es muy reducida en el medio rural, restringiéndose prácticamente a la ciudad: acá la gente suele tener poca plata en los bolsillos. La carne procede de la caza fundamentalmente, aunque hay alguna ganadería menor para propio consumo; es tal la adaptabilidad necesaria en este tipo de vida que se puede decir que todos los animales del bosque con carne suficiente son susceptibles de ir a la olla (desde un mono hasta un tigrillo, es decir, un ocelote). También se pesca, naturalmente, con especies como el sábalo, la doncella (pez-gato), el paiche (pez introducido de tamaño tremendo), etc. Los aparejos de pesca son sencillos sedales terminados en un anzuelo, a menudo con cebo de pequeños peces pescados en el momento, pero a veces son trampas hechas de madera y bambú, a modo de cestas, que se dejan en el punto de caída de un salto del río y en donde la pesca queda atrapada por puro azar.

Además de pesca, caza y agricultura, muchos habitantes de esta parte de la Amazonía obtienen algunos ingresos con la minería artesanal. Se trata de extraer la pequeña cantidad de oro existente en las grandes masas de arena y sedimentos que, procedentes de los Andes, son depositadas en las orillas de los ríos cada año. Se utilizan tamices artesanales, a veces implementados directamente en barcazas preparadas al efecto, pero otras veces, caso más habitual en el caso de las comunidades ribereñas no urbanas, se trabaja directamente en las orillas, con cribas verticales, como quien tamiza arena para hacer una masa de cemento. El rendimiento es bajo, pero aún así no es difícil obtener unos pocos gramos de oro al día. De hecho, es esta actividad la que más recursos monetarios genera en la región (seguida, por este orden, por la extracción maderera y, algo más lejos, por el turismo). La recolección de la castaña es la otra actividad importante que envuelve a las comunidades locales, siendo una de las partes de la economía que repercute en mayor medida localmente. La madera y el turismo están en gran proporción en manos de gente ajena al territorio, aunque hay cierta tala menor para usos propios y algunos habitantes de Puerto Maldonado acaban también de guías en los servicios turísticos (hay ya 30 albergues o "lodges" en la zona y sobre un mapa uno diría que se está cerca de la saturación).

La castaña es ese fruto seco que en España llamamos "coquitos" o "nuez del Brasil". Es un producto que no se produce bajo cultivo en ningún lugar del mundo; toda la producción procede de árboles silvestres (Bertholletia excelsa) que crecen sobre todo en este ángulo de la Amazonía entre Bolivia, Perú y Brasil. Los gruesos frutos, como cocos, de cáscara pétrea, se recolectan y abren manualmente, con el machete, para liberar las nueces atrapadas en su interior en número de varias decenas, las cuáles después se han de pelar ("chancar") para liberarlas de sus cubiertas duras; esta parte la hacen ya los intermediarios, en Puerto Maldonado, con "máquinas chanchadoras". Cuando comáis coquitos, imaginad que proceden de una selva amazónica en uno de los usos que, cuando se hace de manera regulada, como es acá en la parte de reserva, se puede calificar de sostenible.

La gente de las comunidades es gente sencilla, de campo. Hay dos tipos: lo que se llaman "comunidades indígenas" y las "comunidades rurales". Las primeras están pobladas en su mayor parte por nativos originales del sitio, pertenecientes en cada caso a su respectivo grupo antropológico, casi uno distinto en cada subcuenca amazónica (con su idioma y costumbres propios, tal es la riqueza de esta tierra en la que hasta el ser humano es diverso). Las segundas son comunidades de colonización, generalmente pobladas por gente procedente de las ciudades o de otras partes del país. En ellas el componente criollo (mestizo) es más notorio, aunque en la práctica la mayoría de las comunidades indígenas, al menos las que están cerca de Puerto Maldonado, están bastante occidentalizadas, vistiendo la misma ropa y viviendo en el mismo tipo de casas que en el resto de las comunidades. Sólo las poblaciones no contactadas o apartadas voluntariamente, habitantes de los lugares más remotos y aislados de Madre de Dios, conservan sus taparrabos y todo eso; en todo caso son poblaciones que no están al alcance del turismo (afortunadamente) ni del viajero ocasional.

Baltimore es una comunidad rural (no indígena). La mayoría de las comunidades como ella, incluso el propio Puerto Maldonado, tienen su origen en la fiebre del caucho de principios del siglo XX. Los más viejos del lugar cuentan unos setenta y cinco años, como don Jaime Trigoso, testigo de una porción de historia que pocos pueden contar, cuando Puerto Maldonado era una población aún más aislada del resto del mundo y cuando los colonos competían con los indígenas por el espacio, a base de balas y flechas si era necesario. Hoy las comunidades indígenas han quedado reducidas a la mínima expresión, muchas de ellas contando tan sólo con un centenar de almas o poco más. Cuando pienso en ello visualizo a menudo ese mapa de idiomas de por acá que bajé de internet. Sí, amigos, idiomas completos, ramas lingüísticas a menudo aisladas genéticamente de otras, que cuentan en menos que décadas la fecha de su pronta extinción. Algo que resulta verdaderamente doloroso para quien ha sido un apasionado de la diversidad desde niño... y para el que cada vez se declara más entusiasmado con una diversidad específica: la magnífica variedad de la raza humana. Hoy el aislamiento de Puerto Maldonado toca a su fin con la pronta construcción de la carretera transoceánica, que unirá Lima y el Cusco con Sao Paulo, en Brasil, atravesando toda la Amazonía. Todos saben acá, entusiastas y detractores, que supondrá desarrollo y destrucción a partes iguales.

Las comunidades amazónicas usan para beber el agua siempre turbia del río, tras cocerla y decantarla. Sus casas son de madera y techo de palma, como la de Javier y Ulla, aunque a menudo aún más rústicas. No tienen electricidad y en Baltimore el único contacto con el resto del mundo es el aparato de radio que trae consigo la enfermera cuando los visita, aunque ahora mismo hace una semana que no viene, no saben por qué. Pero la verdadera vena de comunicación es el río. Son poblaciones volcadas a su río, que les provee de vida y les transporta. Son poblaciones casi anfibias, aferradas a sus botes, a sus canoas sencillas dotadas con un motor de escasa potencia, el peque-peque, y que ven cómo los lujosos botes de los albergues turísticos, con motores fuera borda de muchos caballos, les sobrepasan a toda velocidad en el río levantando una ola que los hace zozobrar. Son poblaciones con un escaso nivel educativo que contrasta con su firme sabiduría, la cuál se detecta aún más en los mayores, como cuando empiezan a contar alrededor de una hoguera y bajo el cielo más estrellado del mundo sus historias de toda una vida en la selva y en el río. Gente humilde, y como toda la gente humilde, tremendamente acogedora, agradecida incluso de tu simple presencia. Gente que lucha por abrir un futuro para sus hijos, para sus comunidades, sin saber muy bien qué camino seguir aparte del de la dura y cotidiana lucha por la supervivencia, a la que hace tiempo que aprendieron a mirar cara a cara. Gente que se enfrenta, tal vez sin ser del todo conscientes, a un enemigo difuso e indefinible. Gente sin norte pero con las cosas muy claras. Posiblemente tan claras como en la más clarividente de las mentes que pueblan este amplio y frágil mundo que nos ha sido concedido por una sola vez.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

gracias por el aporte

Anónimo dijo...

gracias por el aporte

Anónimo dijo...

gracias por el aporte