Jaja, seguro que algunos ya sabíais cuál iba a ser la decisión. Naturalmente, la cabra tira al monte, es decir, en este caso, a la selva. Una vez informado localmente y valorado el peligro en su justa medida (cercana a cero, quiero decir), pues eso...
Ir de Huaráz, en los Andes occidentales, a Huánuco, en los orientales, es toda una aventura. Absolutamente recomendable, por supuesto. En resumen, se hace en tres etapas. De Huaráz a Huallanca, por carretera asfaltada y en autobús: unas cuatro horas y media. De Huallanca a La Unión, una hora u hora y media por carretera de tierra y en "combi" (un día os explico los medios de transporte disponibles en Perú; brevemente, una combi es una furgoneta con asientos). Se duerme en la Unión ya que no hay enlace hasta el día siguiente. Por fin, de La Unión a Huánaco, cinco horas y media absolutamente infernales por una carretera de tierra (por llamarla de alguna forma) en autobús todoterreno de estos que circulan por la Cordillera, vehículo consistente en un autobús grande con ruedas gordas, de suelo muy alto, y que acusa cada piedra del camino transformando el asiento en uno de esos de los aviones de las películas, los que expulsan al piloto apretando un botón... No digo más.
El viaje merece la pena por una sola razón: aquí es donde he visto el Perú profundo de verdad. La subida al puerto de Huallanca contiene los paisajes más virginales que he visto en mi vida. Amplias extensiones de puna (aclaro: se denomina así a la región sin árboles por encima de los 3800 metros más o menos hasta el nivel de las nieves perpetuas; generalmente cubierta de extensas formaciones de gramíneas adaptadas al frío, como el ichu). Y magníficas montañas, por cierto, en el puerto, recién nevadas hasta el borde de la carretera. Os recuerdo que en el hemisferio sur es invierno astronómico, aunque en los Andes en realidad todo es distinto. Ellos llaman verano a esta estación del año, que es la seca y soleada, e invierno a diciembre-febrero, la estación de lluvias. Sin embargo estamos en la estación fría y diciembre es la cálida. Ocurre que a bajas altitudes, digamos hasta los 3000 o por ahí, no llega a helar casi ninguna noche por estas fechas, pero claro, cuando se superan los 4000 ó 4500 el invierno astronómico se manifiesta, y lo poco que precipita por las cumbres en esta época (y en cualquier otra si la cumbre es suficientemente alta) es nieve. Con lo cuál, como me contaban ayer en el viaje, resulta que hay dos estaciones con nieve en los altos Andes: diciembre-enero y julio-agosto. A nosotros, cuadriculados en nuestro esquema europeo de cuatro estaciones precisas y concretas, todo esto nos resulta extraño y fascinante.
Hasta el puerto de Huallanca, paisajes virginales, como decía. Y de ahí a Huánaco, los paisajes rurales más intensamente transformados que he visto en mi vida. Sí, también la Mancha es así, lo sé, pero con una diferencia: aquí los pequeños núcleos poblados están colgados de precipicios vertiginosos (y con ellos los caminos y "carreteras"), y los cultivos se hacen en condiciones y pendientes que, a ojos europeos, parecen imposibles. Y sin embargo ahí están. Como dato y medida de la "profundidad" de la zona, os diré que he visto desde el autobús a una mujer con un niño labrando un campo con la taclla, como ya dije (ver la anotación "He visto...", del 27 de julio), un instrumento de labranza que procede de tiempos preincaicos. ¡Increíble!
Las casas eran de adobe en la vertiente pacífica de la Cordillera Blanca, construidas con adobes de unos 50 x 30 x 20 cm (se ven frecuentemente secándose al sol por las cunetas), pero en toda la bajada desde Huallanca hasta Huánaco son de tapial, en gruesos bloques de más de un metro de longitud. Los tejados originales eran de paja, y aún quedan algunas casas y edificios agrícolas (es difícil diferenciar unas de otros) con esa tipología en la mayoría de los pueblos. Sin embargo, sólo predominan en los núcleos más pequeños, más bien en caseríos aislados; en los pueblos grandes (Huallanca y La Unión tienen más de mil habitantes), la paja ha sido substituida por chapa, que es barata y fácil de poner, supongo. La chapa contrasta fuertemente con los muros de barro, dando lugar a una profunda transformación del paisaje. Sí, una pena desde el punto de vista estético, pero por aquí se trata de sobrevivir, chicos, y no se puede estar uno a tonterías, os lo aseguro.
Destacando por encima de todo, os aseguro que lo que más me ha impresionado es el paisaje humano. Al montar en Huaraz me tocó sentarme con cuatro muchachas que estudian "educación", para ser profesoras de escuela el día de mañana, y simplemente viéndolas actuar aprendí más que en días de viaje. Se trata de cuatro jovencitas que derrochan simpatía y jovialidad y que al principio se partían de risa conmigo porque no me salía el nombre de Huánuco (me salía "guanaco", que es el bicho ese, familia de la llama, que vive en las montañas). Sólo un detalle como muestra. El autobús, con todos los asientos llenos por los que hemos montado en origen con nuestro pasaje, va recogiendo gente por el campo, quizá para un recorrido corto, unos kilómetros más allá, y así hasta que el pasillo se llena de personas de pie o medio recostadas contra los asientos (en este país se optimiza todo, incluido el transporte, hasta la última gota). Pues bien, en el puerto de Huallaca dos mujeres de la montaña, que esperan junto a unas cabañas de piedra y paja, montan. Son mujeres andinas, con todos los rasgos afilados y nobles de esta raza curtida y austera. Una de ellas es una abuelita, así llama cariñosamente por aquí todo el mundo a las personas mayores. Sube y se arrebuja en el suelo entre las muchachas y yo y el conductor. Ellos están acostumbrados a esta forma de viajar, y va medio dormida, enroscada en su manta andina y cubierta con el sombrero tradicional, todo en tonos parduzcos, discretos, montanos. Por fin, llega a su destino y baja. Y cuando lo hace, Belda, la muchacha que se sienta a mi lado, le da al conductor, que está ayudando a bajar, una bolsa con lo que parecen un par de panecillos. "Para la abuelita", añade este encanto de criatura. El conductor se lo da a la abuelita, que lo recoge en silencio mientras el autobús va cerrando las puertas y avanzando.
Es sólo un ejemplo, pero os puedo asegurar que no he visto tantas muestras sencillas y discretas de solidaridad como en estos pueblos del corazón de los Andes. Lo he hablado con varias personas del lugar, y cuando manifiesto asombro les suena a chino. Pero yo nunca he percibido en ningún sitio un sentimiento de comunidad tan intenso como entre estas gentes sencillas. Gentes que no tienen nada. Gentes muy pobres. O quizá los pobres de solemnidad seamos nosotros...
01 agosto, 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Hola, Me encantó, lo leí con tanta calma que me encantó,,soy un viajero casi continuo del Perú , claro que casi siempre por trabajo, pero siempre conociendo.,,,no conosco la ruta,, la haré espero disfrutar de la ruta.
Grcias, te dejo mi correo yhuacoto@gmail.com..
Publicar un comentario